La Voz de Galicia

La vida analógica y la vida digital

Publicado en Nuestro Tiempo (Número 679 abril – junio 2013), empieza así:

«La primera frase que tengo que decir va en contra de todos los preceptos de la retórica, porque ahuyentará a los principales destinatarios de este texto: les parecerá casposa y viejuna, propia de una mentalidad premoderna o incluso antimoderna, pero sobre todo les parecerá falsa. Asumo todos los riesgos y la mascullo: la vida es analógica, no digital. Ya está, ya lo he dicho, ya puede producirse la desbandada de nerds y geeks, si es que quedaba alguno a estas alturas del artículo. Pero qué culpa tengo yo de que la vida se parezca más a una libreta que a un archivo de word». (para seguir leyendo)

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Misericordia

Con retraso, enlazo la última columna en Nuestro Tiempo. Empieza así:

En el año 90, mientras visitaba la todavía Unión Soviética, alguien de allí me dijo en Moscú que quizá lo que más se notaba en la sociedad después de setenta años de comunismo era la completa ausencia de la misericordia. “Simplemente, no se entiende”, me dijo. Pude comprobarlo aquellos mismos días en bastantes ocasiones. El aviso de aquel ruso me viene a la cabeza cuando toca explicar en clase cierta técnica narrativa. Para esa sesión me valgo de un cuento delicioso de Antoni Marí, incluido en su libro El vaso de plata. El cuento se titula: “Sufrir con paciencia las flaquezas y debilidades del prójimo” y es el decimotercero de catorce dedicados a glosar, como habrán imaginado, las obras de misericordia.

Explico esto a los chavales y les pregunto si alguno sabe qué son las obras de misericordia.

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Promesas rotas

La columna en el último número de Nuestro Tiempo. Empieza así:

Algún día se escribirá esa historia: la de cómo las ideologías dominantes forzaron la ciencia del siglo xx y, esperemos que solo en parte, la del siglo xxi. Mientras no se haga, seguirá hablándose del antagonismo entre razón y fe, entre religión y progreso, con descuido de la más estridente evidencia: que el progreso científico y humano se ha dado y sigue dándose (piénsese, por ejemplo, en los derechos de las mujeres) en los países de cultura cristiana. Entre tanto, mientras nadie explique, por ejemplo, cómo las revistas científicas rechazan papers que no están de acuerdo con lo políticamente correcto, se mantendrá la falsa oposición. Basta recordar la historia truculenta de las células madre embrionarias, de las manifestaciones delante de los parlamentos con enfermos en sillas de ruedas y alaridos contra la Iglesia Católica: resulta que no había

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Síndrome de Down y aborto

Ayer, con el anuncio del Ministro de Justicia,  revivió en las redes sociales este artículo que publiqué en octubre del 2007 y republiqué aquí unos meses después.

El Club más alegre envejece

Cuando habla con terceros dice “mi hermana” o “mi hermano” o “mi padre”. Pero cuando habla con uno de nosotros dice “tu hermana” o “tu hijo” o “tu madre”. Así, me ha repetido mil veces por teléfono: “Dice tu madre que si vienes a comer hoy” o “dice tu hermana que si vamos a verla el sábado”. A veces se me ocurre que lo hace de este modo porque, para él, la condición de hijo y hermano es la condición humana. Para él ser hombre es ser hijo y hermano.  Y lo subraya –“tu madre”, “tu hermana”– por miedo a que se nos olvide si lo diluye en un plural. Si olvidáramos eso, sería como si lo olvidáramos … Seguir leyendo

Miedo al miedo

Columna en  Nuestro Tiempo que empieza así:

«Asociaba la imagen de los disidentes, opositores y revolucionarios con rostros dolientes, por no decir crispados, en blanco y negro o sepia, algo tristes, de barba despeinada o harapientos, con la única excepción de Valclav Havel. Por eso me resultó tan rara la fotografía de aquella mujer, Aung San Suu Kyi, una especie de madona oriental, que tenía algo de estático y de extático, una serenidad perturbadora que remataba en la sonrisa discreta, apenas dibujada, y en una flor blanca en el lado derecho de su tocado, justo detrás de la oreja. Luego la vi mil veces en otras fotografías. Exagero, quizá fueron apenas unas decenas, porque Aung San Suu Kyi  tardó en ganarse la atención de los medios occidentales, pero mantenía en todas aquella aura, alejada de los harapos o del uniforme militar a los que son tan propensos los

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