Algunas personas, sobre todo escritores, van por ahí buscando anécdotas, cazando sucesos, historias que se salen de lo común, diálogos, personajes pintorescos. Tienen ese don y lo aprovechan. Saben mirar y llenan cuadernos con lo que ven y escuchan. Les envidio, porque padezco de lo contrario: siempre me parece que no me entero de nada. Es inútil que intente ser más observador o que atienda más a lo que me dicen. A menudo viene alguien y me trae una idea que sería «perfecta», dicen, para un artículo mío. Y ni así. Creo que solo conseguí escribir una columna por ese procedimiento. Pero en ocasiones ocurre lo contrario: que la historia que no supe buscar, de repente, me encuentra. Esta vez no fue una historia, sino una frase. Charlaba con alguien en mi despacho. Me estaba contando una intervención pública, por lo visto muy acertada, de un amigo común. Al terminar de glosarla añadió: «Nunca me parece mentira lo que cuenta». Repetí mentalmente la frase: «Nunca me parece mentira lo que cuenta», y seguía encontrándola hermosísima, quizá el mejor comentario que se pueda hacer de alguien, la más precisa y eficaz alabanza. Le pedí perdón a mi interlocutora, en un folio que tenía a mano (un cuadro de vacaciones) anoté sus palabras para que no se me escaparan, le expliqué más o menos lo que acabo de escribir y después le pedí permiso para utilizarla. Pareció asustarse: «No digo que no mienta nunca, que yo no sé, digo que lo que cuenta nunca me parece mentira». Le dije: «Es que no miente».
Hay cosas que no se pueden simular o, al menos, no por mucho tiempo. El principal activo de un actor público (persona o institución) es justo ese. Pero, curiosamente, ese atractivo depende también de que queramos ver su honradez o sus mentiras, y de que nos gusten o disgusten. Una sociedad que defiende a los embusteros o los soporta está enferma. Quizá grave.
Hay cosas que no se pueden simular o, al menos, no por mucho tiempo (Dice la columna)
Esther Fontán visitó la capital soneirana para reunirse con varios pacientes de Xan Ramón Fernández Garrido, y las impresiones que recabó son de «afecto e sorpresa». (Dice La Voz)
Definamos «Mucho tiempo»
«Una sociedad que defiende a los embusteros o los soporta está enferma. Quizá grave.»
Entonces nuestra sociedad está muy grave, más aún viendo la iniciativa del PP en investigar todas las tramas de corrupción del país, pero no para evitar que se vuelva a producir, sino para comparar qué partido político lo hace peor.
Ciertamente, la frase «Nunca me parece mentira lo que cuenta» es un muy buen halago hacia alguien. Mirando las entradas recientes de este blog, bien se podría aplicar al autor.
La Sociedad no se si estará enferma, no puedo juzgarla ya que somos cada uno de nosotros los que la formamos y yo personalmente no me considero enferma porque se perfectamente lo que quiero para mi y para los que me rodean e intento transmitirlo. Si cada uno fueramos uno mismo y creyeramos en nosotros mismos y tuvieramos esta libertad que a veces pienso que no lo somos solo por el miedo al que dirán, somo esclavos de nuestra imagen por si nos etiquetan de una forma. Las ideas no las tenemos que imponer, si hablas realmente desde la experiencia y desde lo que sientes transmites y nunca podrán decir que mientes.
Sugerente articulo sobre el absoluto moral que a todos afecta de no mentir. Me recuerda la descripción Tolkiana de los jinetes de Rohan: «Dicen siempre la verdad, por eso es muy dificil engañarlos». La sinceridad consigue que un «problema» forme parte del pasado, mientras que el embuste compromete siempre el futuro de quien lo utiliza.
pues la frase encontró al destinatario perfecto porque le has dado un buen uso
porque en los tiempos que corremos decir la verdad es todo un acto heroico (para algunos).
biquiños
Un tal Steve Forbes, entre un sistema latino basado en el embuste y uno anglosajón basado en la persecución de la mentira, postula que el sistema financiero en USA se parezca al europeo por ser este último, mas laxo en la exigencia de sinceridad. Una cierta “fantasía”-según Forbes- dulcifica la verdad y estimula de paso, el “frenesí” consumista e inversor. Según el, la verdad desnuda no es buena para la economía (seguramente tampoco para la política a fin de cuentas este es un oficio tan sutil que procura conjugar la utopía con la realidad)
Cuando dedicabas un artículo a la hipocresía, exponías que denota una voluntad de cambio orientada a la virtud, pues esconde la verdad por ser esta vergonzante. Sin embargo la hipocresía acaba galvanizando una imagen ficticia que a la larga asfixia y debilita el liderazgo.
Por el contrario, la asertibilidad se nos antoja como una cualidad fundamental de un mandato. Esta define la capacidad para expresarnos con veracidad, procurando no ofender ni atacar. Para alcanzar este grado y cultivar esta cualidad es fundamental la autoestima y el respeto a los valores, cuestión que creo constituye hoy en día, la raíz del problema.
Hablando de embustes y trolas, recuerdo que mi madre se reía mucho de mí cuando yo era pequeño porque me decía que yo no sabía mentir, y que cuando intentaba colar una trola se me notaba enseguida en la cara. Curiosamente, sigo en las mismas. Todavía no he aprendido a mentir y mi cara es transparente como el cristal, se me nota por fuera todo lo que pienso por dentro. Un fuerte abrazo!
Querido Prometeo: Como bien sabes, el liberalismo «puro y duro» necesita ser implacable con la mentira. Esta se da mejor en países latinos donde mentir en «gratis». No confundamos el liberalismo con el mercantilismo. El primero es una utopía; el segundo la realidad de cada día.