– Mamá… ¿Papá Noel es chica?
– No, es un chico, no ves que lleva barba.
– Pero también lleva pendientes, y yo creo que es chica porque lleva el pelo largo y además lo tiene rubio.
– ¿Y tú como sabes eso?
– Porque le asoma el pelo debajo del gorro.
– Pero Montse, ¿no ves que si fuese chica se llamaría Mamá Noel?
– Pero si es chico… ¿por qué parece mujer?
– ¿Y si el que viste no era el verdadero Papá Noel sino una chica disfrazada?
– ¿Ah sí?
– Pues no sé, puede ser.
– Yo creo que no es Papá Noel ni Máma Noel, yo creo que es Abuelo Noel.
– ¿Abuelo Noel?
– Sí, porque lleva barba blanca y parece un poco viejo.
Esta conversación con mi hija sucedió cuando vio a uno de los falsos Papás Noel que visitan las escuelas y los centros comerciales. Desde el año pasado me preocupaba como sobrellevar esa sarta de mentiras que contamos a nuestros hijos cada Navidad sobre el bondadoso personaje que se encarga de los regalos. Por un lado les inculcamos valores como la honestidad pero por otro, les llenamos la cabeza de mitos e ilusiones para convertir diciembre en un mes idílico.
Pero es que claro, son años y años de tradiciones familiares que tampoco se pueden ir al carajo solo porque una señora olvidó quitarse los pendientes antes de ponerse el gorro.
Y es que yo estoy a favor de las costumbres navideñas y crecí con esa misma ilusión que veo en mi hija que cada día pregunta cuanto falta para poner al niñito Jesús en el Belén.
Así que por esta vez (y con esta vez me refiero a los próximos 10 diciembres, por lo menos) seguiré ensalzando su imaginación con esas pequeñas mentirijillas que no le hacen daño a nadie. Y disfrutaremos los bombones del calendario de adviento que la peque -con su inmensa generosidad- comparte conmigo en una proporción 90-10. El 10% es el mío, claro: