La Voz de Galicia
Aprendiz de madre
El blog de la crianza y la conciliación
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Se llama Pablo Alcaide, tiene 16 años y convocó a sus amigos a través de las redes para limpiar la mierda que dejaron los manifestantes que usaron la violencia para protestar contra las restricciones por el coronavirus. Pero hizo mucho más que recoger la basura y recolocar el mobiliario urbano dañado. Las palabras de Pablo sacaron a la luz a esos otros jóvenes a los que poco se les toma en cuenta. Los moderados, los responsables, los que salen a la calle en grupos de cinco, los que repudian la violencia, los que saben que es momento de contención. Los que se resignan a no abrazar, a no tocar. Los que increpan a los viejos cascarrabias que van por ahí sin mascarillas, escupiendo odio contra todo y contra todos.

Tristemente tenemos por costumbre meter a adolescentes y jóvenes en un mismo saco, el de la rebeldía sin fundamentos. Pero la realidad es otra. Son ellos los que nos dan lecciones no solo de tolerancia, de respeto y de inclusión. También de humanidad. Se cuidan los unos a los otros y son leales, algo que se está perdiendo cada vez más en esta sociedad egocéntrica.

Y Pablo fue aún más allá. Cuando le pusieron los micrófonos delante demostró la más profunda humildad en cada una de sus palabras: «Yo tengo una madre barrendera y sé lo que es deslomarse la espalda para poder dar un plato de comer. Y no me pareció ni medio normal que tuvieran que venir más refuerzos aquí a limpiar por lo que causaron un grupo de personas. Hablándolo con un grupo de amigos decidimos publicarlo en Instagram, lo publiqué yo en mis historias, que íbamos a venir a las 9:30, que cada uno se podía traer bolsas, guantes, para solucionar todo y poder arreglar lo máximo posible porque estamos ya hartos de pagar todos los adolescentes por un grupo nada más. Hemos recogido botellas, piedras, ramas, para hacer lo posible para ayudar también un poco, porque no es ni medio normal lo que hicieron ayer».

Cuando alguien de 16 pone en valor el lomo de su madre y lo duro que resulta salir a buscarse la vida para poner un plato caliente en la mesa, no queda más que aplaudir. Aplaudir y engrandecer. Engrandecer y agradecer, especialmente a esa madre que le ha enseñado a valorar las cosas importantes. Porque mientras buena parte de los jóvenes se pasan los findes organizando botellones ilegales en pisos o protagonizando violentos disturbios, los adolescentes como Pablo nos demuestran que no todos son lo mismo. Los jóvenes como Pablo -y también los niños- van por las mañanas a aulas sin calefacción, con las ventanas abiertas aunque estén a 12 grados, con el anorak o una manta sobre la espalda. Y todo para continuar con esa nueva normalidad en la que es normal pedir que se mande a casa a los padres para no exponerlos, pero en la que nadie piensa en que los menores corren los mismos riesgos. Ellos y sus profesores.

Esta semana, en pleno estado de alarma, el hijo de una barrendera le dio una lección al mundo