La Voz de Galicia
Aprendiz de madre
El blog de la crianza y la conciliación
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Después de cinco años de ausencia y a petición de una de las personas que más me importan, he decidido resucitar este blog. Es curioso porque dejé de escribir precisamente pensando en la privacidad de la protagonista de muchas de las historias que aquí se publican. Mi hija se hizo mayor y empezó a darme pudor relatar con tanto desparpajo mis experiencias maternas. Sin embargo, hace algunos días a la susodicha se le ocurrió googlearme -no quiero saber los motivos- y encontró algunas anécdotas de su vida que le resultaron divertidas y de las que ni siquiera se acordaba. Así pues, me preguntó por qué había dejado de actualizar el blog en el 2015. En aquel entonces la pitufa tenía siete años. Fue sin duda una etapa llena de cambios y aprendizaje especialmente para mí, que fui testigo directo de la evolución de una niña de emociones intensas.

Tras el interrogatorio de la escuincla me puse a pensar en los motivos que me orillaron a empezar el blog hace ya 12 años, cuando el postureo aún no se adueñaba de las redes, y las redes no eran más que un punto de debate y acercamiento. Twitter, por ejemplo, poco tenía que ver con el gallinero en el que se ha convertido ahora. Y en Facebook era mucho más fácil tener un desencuentro de forma respetuosa. De aquellas no había influencers, ni youtubers, ni div@s, ni tiktokers. Y no sé si hacían falta o no, no quiero entrar en ese berenjenal, pero molaba mucho el ciberespacio cuando los ingresos por reproducción de vídeos no eran inversamente proporcionales a la capacidad intelectual de los autores.

Empezar a escribir el blog me sirvió de terapia de choque en aquellos años en los que resultaba imposible dormir durante más de dos horas seguidas. Me ayudó, entre otras cosas, a ayudar. Porque otras madres con los mismos problemas se acercaban a mí para preguntarme qué hacer. Obviamente no todo tenía solución, pero al menos nos consolábamos juntas.

Recorriendo los posts que he escrito hasta ahora me doy cuenta de que muchas polémicas siguen igual que hace años. Facebook continúa su campaña de acoso y derribo contra cualquier cosa que parezca una teta. La lactancia materna sigue siendo tema tabú porque incomoda a los que no están de acuerdo. Y la crianza respetuosa sigue siendo cosa de locos, hippies y estrafalarios.

Otras cosas han cambiado para bien, pero tuvo que venir una pandemia para hacer conciencia. Dos buenos ejemplos son la educación en casa y el teletrabajo, que ahora ya no están tan mal vistos como hace 12 años. El virus nos demostró que no pasa nada por que un niño se quede una semana o tres meses sin ir al colegio. Y nos recordó que existen otras formas de aprendizaje. El teletrabajo, ese gran ignorado de las empresas, le salvó el culo a más de una cuando de un día para otro tuvo que mandar a los empleados para casa y sacar las castañas del fuego a como diera lugar. Y no pasó nada. El mundo siguió su curso con miles de personas trabajando en línea con la mierdiconexión de casa, haciendo incluso horas extra e intentando cumplir con las tareas diarias mientras los niños hacían fiesta en el salón. Y no, no pasó nada.

Así que aquí estoy, con algunos años más y una adolescente, viviendo una etapa tan compleja como fascinante. Me cautiva observar los primeros brotes de rebeldía de una niña convirtiéndose en mujer. La forma en que me reta con la mirada y el tono con el que me contradice.

Pero de eso se trata. La adolescencia es precisamente eso. La búsqueda del propio espacio, la necesidad de marcar una línea entre una misma y el resto. El momento de lidiar con las inseguridades -las propias y las de los demás- e intentar encajar en un mundo de locos que no está hecho desde el respeto. No, seguro que no es fácil ser adolescente en estos tiempos de Instagram. Y aún así ellos encontrarán el camino y saldrán adelante. Y serán mejores que tú y que yo. Porque aunque los adultos no seamos siempre el ejemplo a seguir, ellos ven la vida con un filtro diferente. Y esa hiperexposición producto de las redes que tanto se critica, les ha permitido conocer otras culturas, otros países, otros acentos, otras libertades. Por lo que conceptos tan rancios como el racismo, el machismo y la homofobia, no tienen cabida en su vida. Al menos no en la de los adolescentes libres cuyos padres no adoctrinan. La mía es de esas y yo creo que es feliz.