Mañana escribiré sobre lo de Pozuelo.
Se me ocurren muchas cosas, pero en las columnas solo se debe hablar de una. Entre el material desechado, están estos dos detalles.
Escuché en la radio el audio de la grabación que hizo con el móvil uno de los críos en pleno ataque. Insultaban a los policías llamándoles “¡homosexuales!”. Se me hizo muy raro. Nunca hubiera imaginado a alguien insultando así. Esto indica claramente que la palabra ha perdido el toque científico y aséptico, y está tan desgastada por el uso excesivo que ya equivale al insulto clásico.
En el mismo programa, un padre decía que su hijo, veinticuatro horas después de haber pasado la noche en el calabozo, seguía sin entender que lo que había hecho era malo y, por tanto punible, y que solo estaba arrepentido por el ataque de ansiedad que había producido a su madre.
Ni él nos entiende ni nosotros le entendemos, porque sin valores compartidos la comunicación es imposible. Y a él, probablemente, alguien le enseñó que lo bueno y lo malo apenas son conceptos, que depende, que todo es relativo. Menos mal que tiene madre y la quiere.
Flannery O’Connor: “Quienes carecen de valores absolutos no pueden dejar que lo relativo siga siendo exclusivamente relativo: antes o después lo elevan a la categoría de lo absoluto” (Misterio y maneras, p. 183-184)
Creo que se nos está indo un pouco a pelota…!
(E como a sociedade non reacciona, isto irá a peor.)
A lo que ocurrió en Pozuelo le podemos buscar muchas razones (este es un buen material para las tertulias radiofónicas y televisivas matinales), pero lo que sí tengo claro es que el intento de asalto no es un «calentón» de cuatro borrachuzos a reventar por culpa de un mal ron.
Y esto es algo que he oído estos días.
Creo que es más fácil buscar culpables en los incidentes de aquel día. Es muy fácil clamar al cielo contra los padres. «La política» dice: «Han sido los padres. Ellos son los verdaderos culpables».
Mi opinión es: Todos, y señalo, todos tenemos parte de culpa en estos desperfectos,causados por una juventud muy poco dada al respeto hacia la autoridad, hacia los mayores o hacia nada que no tenga que ver con su círculo de amistades. Está claro que cada uno, si es mayor de 18 años, y si tiene suficiente responsabilidad como para llegar a tales horas de la mañana a casa, para beber, para hacer lo qué quiera sin dar explicaciones, también es mayor de edad para saber que, así como hay nos derechos, también hay unos deberes. La juventud se encuentra bucenado entre la ignorancia absoluta y lo que marcan las tendencias actuales, en cuanto a comportamientos y actitudes urbanas se refiere. La falta de respeto a la autoridad siempre ha sido vista por la juventud como un elemento de rebeldía, de personalidad antiautoritaria, de pensamiento crítico. Esto, hoy en día ha ido cambiando, se saltan los límites, no piensan en el señor que a la mañana siguiente va a tener que limpiar y recoger botellas, vasos, bolsas de plástico, contenedores quemados, y demás suciedades.
Hoy en día es muy fácil saltarse las normas, entendiendo como normas un conjunto de derechos y deberes que los ciudadanos tenemos, fuera del cliché negativo referido al control de los habitantes.
La educación lo es todo, y por tanto, toda la sociedad tiene parte en ella. Primer agente socializador en la vida de un individuo, la familia, segundo, la escuela, tercero, la sociedad. Hemos visto que alguno o sino todos estos elementos están fallando. La familia, que delega su función educativa en los maestros, que confían en «su niño» ante cualquier castigo más o menos merecido. La escuela, ese ente politizado legislatura tras legislatura, se ve siempre supeditado a unos ideales que dejan muy al margen lo verdaderamente importante de la función educativa, el centro de toda educación: el niño y la niña, la niña y el niño. Por último, la sociedad, movida por lo moderno, por la generalización de las personas, por las noticias sensacionalistas, por lo que destaca, cultura del encierro sistemático, ante pantallas y videojuegos, redes sociales y amistades de SMS. Donde lo deseado es salir en este o aquel programa de televisión. Por mucho que se diga, es la sociedad en la que vivimos, la que mantenemos y la que nos mantiene. Es importante recalcar que siempre hay un momento para el contacto personal, una cerveza tranquila con los amigos, o una partida de cartas.
Un saludo. Miguel Lois.