La Voz de Galicia

Mañana escribiré sobre lo de Pozuelo.

Se me ocurren muchas cosas, pero en las columnas solo se debe hablar de una. Entre el material desechado,  están estos dos detalles.

Escuché en la radio el audio de la grabación que hizo con el móvil uno de los críos en pleno ataque. Insultaban a los policías llamándoles “¡homosexuales!”. Se me hizo muy raro. Nunca hubiera imaginado a alguien insultando así. Esto indica claramente que la palabra ha perdido el toque científico y aséptico, y está tan desgastada por el uso excesivo que ya equivale al insulto clásico.

En el mismo programa, un padre decía que su hijo, veinticuatro horas después de haber pasado la noche en el calabozo, seguía sin entender que lo que había hecho era malo y, por tanto punible, y que solo estaba arrepentido por el ataque de ansiedad que había producido a su madre.

Ni él nos entiende ni nosotros le entendemos, porque sin valores compartidos la comunicación es imposible. Y a él, probablemente, alguien le enseñó que lo bueno y lo malo apenas son conceptos, que depende, que todo es relativo. Menos mal que tiene madre y la quiere.

Flannery O’Connor: “Quienes carecen de valores absolutos no pueden dejar que lo relativo siga siendo exclusivamente relativo: antes o después lo elevan a la categoría de lo absoluto” (Misterio y maneras, p. 183-184)