Prometeo me regaló el viernes tres libros de Moitessier. Ayer anduve sobándolos, sin atreverme a empezar ninguno. Me detuve en las dedicatorias, en las fotos. Recalé un momento en la página ciento y mucho de «El largo viaje» y ya no pude dejarlo. En la 208 cuenta que una pequeña gaviota blanca, casi transparente, una golondrina de mar, se posa sobre su rodilla. Él no se atreve a moverse. La gaviota termina por dejarse acariciar y…
Dice: «Me cuenta la historia del Hermoso Velero cargado de seres humanos. De cientos de millones de seres humanos.
A la salida se trataba de un largo viaje de exploración. Esos hombres querían saber de dónde venían y a dónde iban. Pero se habían olvidado completamente de por qué estaban en ese barco. Entonces, poco a poco, fueron engordando, se volvieron unos pasajeros exigentes, la vida del mar y del barco dejó de interesarles. Lo único que les interesaba era su pequeño bienestar. Aceptaron la idea de volverse mediocres, y cuando dijeron «es la vida», se entregaron a la abulia.
El capitán se resignó también porque tenía miedo de indisponer a los pasajeros cambiando de rumbo para evitar los arrecifes desconocidos que percibía desde el fondo de su instinto.
La visibilidad disminuye el viento aumenta, el Hermoso Velero sigue con el mismo rumbo. El capitán espera que se produzca un milagro que calme la mar y permita cambiar el rumbo sin molestar a nadie».
(Bernard Moitessier, El largo viaje, ed. Juventud, página 208)
Si el cuento interesa, puedo poner un par de párrafos más. Me parece que la editorial no me denunciará por eso.
Para los navegantes el mar es nuestro desierto. Al principio aquella vacía inmensidad, nos asusta y después aprendemos a apreciar allí una vida tan palpitante como un corazón abierto. Yo, como Moitessier, también vi una gaviota que después de observarme largo rato, abrió sus alas majestuosamente y dejándose caer, planeo describiendo una parábola perfecta, hasta que sus patas rozaron el agua. En ese momento como si la piel del mar fuera la mía, yo sentí un escalofrío.
Navegando en solitario con la única compañía de las olas, te relacionas con ellas como si fueran tus compañeras de trabajo o tu familia. Sientes que tus hermanas las aves te anuncian la tierra y la pesca. También pides a tus vecinas las olas que sean buenas contigo. Una grande y gorda me empujaba mansamente sin poner en apuros mi piloto de viento. Otra rompía y encapillaba con rabia inundando la cubierta, otra estallaba inútilmente en la amura. En aquel momento, ellas y yo pensamos que existían pero solo eran parte del mar. En ese momento piensas que tú también formas parte de aquello y te sientes inmensamente feliz. Ese sometimiento liberador es un consuelo. En nuestra sociedad moderna pensamos que todo lo podemos resolver con nuestro dinero e influencias, pero evidentemente eso solo es una ficción y como todos lo sabemos cada vez estamos mas angustiados. En el mar, tú solo a bordo de una pequeña nave como es velero, no puedes poner citas y los destinos no son más que intenciones. Te sometes a la climatología y cuanto antes entiendas que debe de ser tu aliada y no tu enemigo, antes dejarás de sufrir. Recuerdo como Vito Dumas después de una travesía oceánica de varios meses, estuvo dos semanas intentando entrar en un puerto. Veía las luces y los ruidos de la ciudad que le traía el viento contrario, pero no podía ganar barlovento, Pasado un tiempo, sencillamente, abrió rumbo, largó escotas y se adentró otra vez en el océano.
En esto yo sólo podría hablar de la poca experiencia que tengo en el campo de la navegación en velero, ya que el mar, las olas y las gaviotas las he disfrutado a otras velocidades sobre espacios menos angostos diseñados más para otro tipo de actividades.
En velero, sólo recuerdo la frustración de no poder hacer del viento mi aliado. En ese tiempo el viento era mucho más grande y fuerte que yo. Me lanzaba él a mí al agua, y entre el cansancio y la distancia a tierra firme, ya ni las gaviotas escuchaba.
Pero en cambio, cuando dormía sobre la proa de un barco controlado por otras fuerzas, que por muy salvaje que el mar estuviera, la estabilidad en que se mantenía me proporcionaba tranquilidad y me permitía apreciar todos los ecos que el mar despertaba cuando me encontraba sola en alta mar. Al punto de lograr una compenetración cielo-mar-alma, y luego, un zambullido en pleno mar abierto, donde kilómetros de profundidad me separaban de la arena, de las algas y de los corales, sin salvavidas, sólo mi capacidad física de mantenerme a flote, me desplazaba sobre el agua fría y oscura, hasta que otro cansancio, esta vez generado por el deseo de combatir el miedo de nadar entre criaturas que posiblemente estaban allí o no (no podía ver lo que me rodeaba mientras nadaba), después de alcanzar ese cansancio, volvía a subirme a la proa, pero esta vez mojada con la piel erizada caminando lentamente desde la popa. Una vez con el ancla en la mano, y después de un largo trayecto de vuelta, el cantar de las gaviotas anunciaban la cercanía a tierra firme.
No sé si he contado esta experiencia bien, pero aquí se las dejo.
Tiene que ver con libros. Javier Marrodán me prestó hace unos días Los peces de la amargura, de Fernando Aramburu. Impresionante.
Fermosas palabras, si señor…
Almiral Mouchez
Paco… al caos habitual se suma que estoy de obras en casa con la mayoría de mis libros en cajas. No podría encontrar con facilidad el texto que comentas, el cual por otra parte leí hace ya algunos años y no puedo recordarlo. Vendría muy bien que acabaras de contar.
Cuando describía la actitud del Capitán me pregunto por el corto plazo de los períodos electorales que no llega a cuatro años si intercalamos convocatorias como autonómicas, municipales europeas etc. Los grandes problemas de la humanidad no pueden resolverse en ese plazo. Hay que conseguir el poder primero para después transformar el orden de las cosas. Si se dice la verdad y se piensa a medio y largo plazo no se consigue el poder. Por lo tanto para poder transformar la realidad, no se debe decir la verdad pero ayuda invitar a una ración de pulpo. Los que irrumpen en el ruedo político con el loable objetivo de resolver los grandes problemas de la humanidad, al poco tiempo acaban gritando: Otra ración de pinchos de empanada.
Estos, como los fachendosos que sonoramente tocan la campana de un Pub inglés anuncian que todo el mundo puede beber a su salud y a su cuenta. Sus seguidores agradecidos se preguntan ¿Quién porta la campana? Se refieren a un cencerro como el de los corderos que lideran el rebaño.
Y es que estoy liando a Paco para que nos acompañe en una trashumancia.
Preciosa metáfora de la vida. Este apoltronarse detrás de la disculpa de la vida que nos va llevando… este ir de retirada dejándose al garete…
Debe ser importante contar con un capitán sin miedo a los motines.
Trashumancia?
Una Trashumancia es adaptar el ritmo de nuestros pasos al lento avance del rebaño. Un tiempo camina y otro pasta en las veredas. Entender el organizado trabajo de los perros de careo. Ver como los mastines marchan parsimoniosamente, dormitando a la espera de la caída del sol donde su instinto los pondrá en alerta contra su enemigo el lobo. Escuchar los cencerros y el viento en los matorrales. Atravesar las aldeas y saludar…
Buenos días,…
nos de Dios nos contestan
y es acompasar nuestro caminar con el de otros pastores, compartiendo viandas, conversación y fatigas… y llegar y ver como los corderos se extienden en la pradera como motas de algodón sobre una perfecta colcha verde. Y pensar que si eso ha sido así durante siglos, quizás todavía perdure algún tiempo más.
Había buscado la definición de Trashumancia, ya que yo tampoco sabía su significado. Lo que encontré no se compara con la definición que ha dado prometeo.
Paco, es muy bonito el cuento.
El hombre que se apoltrona en el viaje hacia su destino.
En el fondo me parece un poco absurdo. Hay que saber cuál es el destino antes de partir hacia él. O por lo menos, hay que intuirlo, aunque sólo sea ligeramente. Encuentro cierto romanticismo un poco fantasioso en esos cuentos sobre el hombre que partió en busca de su destino. Me da la impresión de que es una reminiscencia de cuando, efectivamente, el hombre vagaba por el mundo, sin sentido, perdido, asombrado, estupefacto.
Pero eso ya pasó.
La meta está ahí y ese es el objetivo, no el viaje. El viaje no es una meta y sin meta es normal que te aburras y desistas.
Lo importante es el camino, se dice. No lo veo así. El camino es la prueba, no el premio.
El cuento es bonito. Conozco muchos reales y literarios como ese. Lo que diferencia un buen libro de otro es cómo se cuenta la historia, no la historia en sí, Cuando tenga tiempo me lo leeré. No hay nada nuevo bajo el sol y todas las historias nos recuerdan lo único que debemos hacer: arriesgarnos a vivir la vida con intensidad, pasión y Misterio. Me quedo con unas palabras de Mikel que me resuenan con especial fuerza en estos momentos: «El viaje no es una meta y sin meta es normal que te aburras y desistas.» Aunque darwinista, también un maldito romántico (que no es más que el sueño de una frustración)
Prometeo, me sigue sorprendiendo tu capacidad para idealizar.
La trashumancia. Una obligación penosa, una carga llena de sacrificios y renuncias. Un viaje incómodo, exigente. El cansancio hace mella cada día, el clima castiga tu cuerpo. Las noches frías te hielan los huesos y las mañanas heladoras castigan las articulaciones como agujas afiladas. En el calor, los mosquitos machacan tu piel, ya dura por los años. Y aparece el dolor de cabeza, la espalda, las dificultades para respirar. Muchos años con los pulmones tragando la frialdad de la noche hacen mella. Las comidas, escasas, insuficientes y siempre iguales. Los animales, irracionales, como siempre. Los pies cansados. El pastor, avejentado antes de tiempo, arrastra su cuerpo sucio, asqueroso. Piensa en su familia, en sus aspiraciones, en lo mucho que le gustaría que sus hijos pudiesen estudiar y no tuviesen que padecer como él. No quiere que le sigan. Quiere algo mejor. Ve pasar un camión. «Si tuviera dinero compraría uno bien grande y metería a todas las ovejas dentro. Y contrataría a un chófer para que me las lleve», piensa. Las conversaciones nocturnas son las que son y dan para lo que dan. Y al final, un premio escaso, muy escaso, para semejante esfuerzo.
Me gusta la trashumancia, cuando la cuentas tú, Prometeo. Pero sólo cuando la cuentas.
Mikel
Cuando se cruza un océano en una embarcación lastimosa, o se sube a una montaña con los músculos entumecidos y los dedos ateridos de frió, no se hace por placer, se hace por alegría. Yo no vivo del mar ni de la tierra. Nunca quise, y mientras pueda no querré su dinero. Me entrego a ellos como si fuera mi familia y la familia no se explota. Pero he conocido gente como Pancho en la versión náutica y Olegario en la de pastor, que disfrutan de su trabajo. Pancho ya no está, pero luchó conmigo hasta el umbral de la muerte. Era mi hijo aunque me doblaba en edad y es muy duro perder a un hijo.(ya os contaré) Pancho era un “comanche” del mar. Podría vivir con nada encontrando el sustento y la supervivencia en lo más insospechado. Olegario vive y esta orgulloso de cómo vive. Mantiene unida a su familia, es un hombre sabio, impoluto con su camisa blanca y su vara de tratante. Da la impresión de que sus opiniones las lee de las columnas de un templo. Que dice lo mismo que Platón cuando habla de la doma y de sus mulas y tiene a gala su palabra y su honestidad que es según el condición indispensable para ganarse la vida con el trato de ganado.
Este tipo de hombres pasan, hambre fío y necesidad, pero ellos han elegido su manera de vivir sin depender de nadie mas que de ellos mismos. Como un perro flaco de las praderas y no como uno gordo encadenado.
trashumancia es no volver a casa cuando hiela,estar más pendiente de que el aprisco esté en condiciones que de que estén tus albarcas y tu zurrón.Despertar de madrugada,alargar la mano y encontrar solo el úmedo hocico de tu perro,un can que no pasará ya muchos inviernos a tu lado.
Defecar en el monte,ducharte…que es eso,si acaso un poco de agua fría para la cara,apenas un remojón en algún río y seguir el camino,llegar a las cañadas reales y encontrar que te silban los oidos porque hay coches y asustan al rebaño.Seguir por las laderas y encontrar en ocasiones la hierba rala y en otras amarilleando.
Volver a casa y v er al hijo crecido que no va a poder estudiar,a la mujer quejosa que se aferra a tu cuello,a la hija ya mocita que no tiene para el ajuar.Y volver a salir,añorando la paz y tranquilidad del hogar a la vez que también el viento en la cara,el queso y el agua para después,la camisa limpia que ella te puso con mimo y que ya tienes sudada y pegada al cuerpo bajo la zamarra…y desear no ser pastor aun sin saber que serías entonces.
Claro que ahora con tanto teléfono móvil,tanto centro de salud y tanto Volvo,igual lo vemos todo diferente,sobre todo si no salimos al campo y lo vemos en la TV.
Hombre, Promoteo, realmente entiendo que tengas afecto por tus amigos pero bueno, creo que la realidad es otra bien distinta. Siempre he pensado que los pueblos se quedan vacíos porque hay pocas oportundidades y también porque la vida del campo es muy ‘perra’.
Un saludo,
Mikel