Columna en Nuestro Tiempo que empieza así:
«Asociaba la imagen de los disidentes, opositores y revolucionarios con rostros dolientes, por no decir crispados, en blanco y negro o sepia, algo tristes, de barba despeinada o harapientos, con la única excepción de Valclav Havel. Por eso me resultó tan rara la fotografía de aquella mujer, Aung San Suu Kyi, una especie de madona oriental, que tenía algo de estático y de extático, una serenidad perturbadora que remataba en la sonrisa discreta, apenas dibujada, y en una flor blanca en el lado derecho de su tocado, justo detrás de la oreja. Luego la vi mil veces en otras fotografías. Exagero, quizá fueron apenas unas decenas, porque Aung San Suu Kyi tardó en ganarse la atención de los medios occidentales, pero mantenía en todas aquella aura, alejada de los harapos o del uniforme militar a los que son tan propensos los revolucionarios y mantenía, sobre todo, la flor. Supe también que la llaman “The Lady”, la señora, y me pareció un nombre muy apropiado para aquel rostro». (para seguir leyendo pinche aquí)
Gracias por esta columna. Gracias por dedicar tu espacio y tiempo a la figura de Aung San Suu Kyi. Solo me resta repetir alguna de tus palabras que comparto plenamente. De rostro sereno y elegante . Libre: no hay que tener miedo al miedo. El miedo nos esclaviza e impide que emprendamos nuevos caminos por temor al sufrimiento. Tanto a nivel social como individual. En la pequeña parcela de espacio que es mi yo, vivo esta situación siendo consciente de dónde está la solución. Afrontar el día a día. Vivir implicados en el acto de vivir. Ella dirigira los designios de un país. Sin miedo. Yo trato de alcanzar la serenidad que en ocasiones me falta.