Acabo de leer la sentencia sobre el matrimonio homosexual así como los votos particulares, y lo primero que se me ha ocurrido es recomendar su lectura a todo el mundo y, muy especialmente, a dos gremios: el jurídico y el periodístico. Pese a tramos farragosos, resulta interesantísima desde muchos puntos de vista y, también por múltiples razones, debe considerarse histórica.
Sobre todo, porque convierte la Constitución en un espejo en el que se refleja lo que los jueces en cada momento creen que piensa la gente, tenga o no que ver con lo que en su día declararon quienes redactaron la Constitución y quienes la votaron en referendo. Se ampara para ello en la metáfora del Derecho como «un árbol vivo» que debe interpretarse evolutivamente. Tal concepción, imagino, dará mucho que hablar entre los profesionales, porque equivale a decir que la Constitución es una pantalla en blanco y que los jueces, cuando la interpretan, se limitan a dar una opinión de oportunidad con independencia de qué diga el texto. Aunque, por desgracia, esa idea del tribunal estaba ya asentada en la sociedad, ahora el mismo Constitucional la asume.
Me parece también relevante para el periodismo, porque tanto la sentencia como los votos particulares recogen con cierta profundidad un debate que se ha hurtado a la sociedad española. El tratamiento de este asunto en las controversias políticas y mediáticas se simplificó hasta límites que dañan el buen sentido y la cordura. Leyendo la sentencia y los votos particulares, cualquier persona puede hacerse cargo con una cierta hondura de los términos del problema, algo que debería esperarse también de los medios. Y no parece.
Publicado en La Voz de Galicia, 17.novimebre.2012
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Sentencia del Tribunal Constirucional sobre el matrimonio homosexual.
Voto de Ramón Rodríguez Arribas
Voto de Juan José González Rivas
Teóricamente cualquier ley debería evolucionar con el hombre, suponemos que ninguna ley está escrita sobre las Tablas de Moisés. Esto no quiere decir que las leyes pasen de moda, sino que las leyes deberían adaptarse a las nuevas necesidades y formas de relacionarse de los seres humanos. A medida que el ser humano evoluciona, influenciado por sus prejuicios morales, muchos de ellos alimentados por los mitos religiosos, sus leyes también deberían ir parejas a esa evolución. A estas alturas, y una vez superada la represión moral medieval, deberíamos de replantearnos qué es el matrimonio en pleno siglo XXI, para qué sirve, qué misión tiene etc…y por otro lado creo que va siendo hora de superar ese morbo malsano de entrometer la nariz moral en las alcobas ajenas, como así hacen ciertas ideologías religiosas. ¿Quién sería capaz de ostentar una Autoridad Moral Suprema como para enjuiciar qué hacen dos hombres o dos mujeres en sus respectivas alcobas? Las personas (mal)catalogadas o etiquetadas de homosexuales pagan impuestos al igual que los (mal)catalogados o etiquetados heterosexuales, ¿por qué no deberían casarse los primeros? Al fin y al cabo considero el matrimonio como una micro-empresa, una sociedad o cooperativa en la que se comparten sentimientos, inversiones y facturas.
¿Por qué generalizas, Anxel? Generalizar viene a ser cosificar. Cuando estamos por medio las personas, salimos siempre alguno y alguna mal parados. Afortunadamente, tu consideración sobre el emparejamiento (ah, perdona, lo llamas «matrimonio»), tan restrictiva, tan poco mamífera, tan bancaria, tan etiquetadora, la superan muchas personas con su humanidad y sus apuros a fin de mes y a mediados de mes, no solo con su género. Por cierto, un buen amigo, hebreo, me dice que respetes la ley mosaica y que, de paso, releas Éxodo 33, por lo menos. Bibliografía (reciente), científica, sobre la Edad Media, sabrás localizarla en la Red. Teclea en las asignaturas de cualquier facultad de Letras. El tufillo a autoridad moral se extiende por casi todo. Marea.
As leis deben estar para facilitar e ordenar a convivencia dos cidadáns, a formalización da unión de dúas persoas independentemente do seu sexo non ten que ter distingos. Pretender chamarlle de xeito diferente é querer facer discriminación.
Pretender que unha lei siga igual eternamente seria equiparala as normas relixiosas e non creo que a Constitución e demais normas sexan a relixión do Estado.
Mi propuesta es que cada cual llame matrimonio a lo que quiera, entrar en batallitas semánticas equivale a definir si el Rescate español debe llamarse Rescate, línea de crédito o tomate. Quiere decirse que el fin del matrimonio no es exclusivamente la procreación, hay parejas (heterosexuales) que son estériles y siguen siendo el mismo matrimonio. No hay una Autoridad Suprema que ostente el Poder Universal Suficiente como para definir qué es o qué no es matrimonio. El conflicto semántico dentro de las religiones, deben resolverlo sólo y exclusivamente dentro de cada religión, por lo tanto, todo homosexual o bisexual creyente deberá atenerse a las consecuencias y deberá reconsiderar su ingreso o no en el club religioso que rechaza la homosexualidad por decreto divino. La Biblia habla muy bien sobre la idolatría en Isaías 44, no obstante la religión católica pasea año tras año a su virgen vestida de torera con lentejuelas y a su cristo de plástico embardurnado de salsa de tomate, así como los judíos pasan el tiempo dándose cabezazos contra el muro, o poniéndose sendos sombreros para distinguirse de los demás. El juicio moral contra la sodomía queda muy bien para la mística moral medieval y su código sadomasoquista de la flagelación, pretender introducir este código en el código civil me parece un despropósito en pleno siglo XXI. Tengo unos vecinos que se casaron por conveniencia, sigo pensando que no son matrimonio, pero a mi no me interesa qué hacen dos personas en su alcoba. Si duermen en camas juntas o separadas ¿a quién importa? Esa es la doble moral que se aplica a cuestiones como el matrimonio entre dos personas del mismo sexo. Salgan de esa batalla semántica, de ese conflicto con su moral, bajen a la realidad, el matrimonio hoy por hoy es una empresa, una cooperativa, donde se hacen pactos de convivencia, sentimentales y económicos. Punto.
Hay algún aserto en sus comentarios que no termino de entender.
«cualquier ley debería evolucionar con el hombre»
Claro. Pero una cosa es que las leyes evolucionen y otra que los jueces dicten sentencias que las ignoren. Una resolución del Tribunal Constitucional que no esté en consonancia ni con el espíritu ni con la letra del texto de la Carta Magna no es una evolución de la ley; es pasársela por el arco del triunfo.
«va siendo hora de superar ese morbo malsano de entrometer la nariz moral en las alcobas ajenas»
Pues sí, oiga, pero aquí quienes airean en público y se manifiestan en la calle por lo que hacen en las alcobas son quienes dan la tabarra con el gaytrimonio, los que acuden a los orgullos gays y tachan de homófobos a los que tienen la indecencia de no compartir sus ideas. Hasta ahora, no se ha visto a señores y señoras en una concentración expresando su orgullo y satisfacción por lo que hacen en su intimidad.
«¿Quién sería capaz de ostentar una Autoridad Moral Suprema como para enjuiciar qué hacen dos hombres o dos mujeres en sus respectivas alcobas?»
Aquí no se enjuicia moralmente nada. La cuestión es qué es un matrimonio y cómo se ha pronunciado el TC al respecto. No insista con lo que se haga en la alcoba o encima del frigorífico, sea hetero, homo, bi, queer, etc., porque las prácticas sexuales no son lo que constituyen un matrimonio.
«Mi propuesta es que cada cual llame matrimonio a lo que quiera»
Resulta curioso que alguien que ha superado la «represión moral medieval» caiga en el nominalismo medieval más tosco: las cosas no son lo que son, ni son correctas o incorrectas de suyo, sino lo que la omnipotencia divina decide que sean. En este caso, usted ocuparía el lugar de la omnipotencia divina. Si se pone en ese plan, no le extrañará leer un atestado policial en el que la mujer denuncia una agresión física y el marido denuncia que ella le ha propinado un horrendo mordisco con el párpado en el puño.
«hay parejas (heterosexuales) que son estériles y siguen siendo el mismo matrimonio»
Y también hay señores con hijos de varias señoras, y señoras con hijos de varios señores, sin que por ello tengan vínculo matrimonial. A base de enredar, lo dicho, parece que su propósito es que la autoridad suprema para definir qué es o qué no es matrimonio es usted, por ejemplo.
Me parecen interesantes las reflexiones que aquí se hacen y quisiera aportar algo.
En primer lugar creo que hay que diferenciar la existencia de algo de su reconocimiento legal. Es decir, el matrimonio existe independientemente de que sea reconocido legalmente por el Estado. Es más, es anterior al Estado como realidad. De ahí que me parezca una falacia pensar que debe ser el Estado quien defina qué es o deja de ser matrimonio. El matrimonio es la unión de un hombre y una mujer, lo diga el Estado o no. Y tampoco se trata de molestar a nadie. Las cosas son lo que son, aunque no nos gusten.
En cuanto a la religión (la cristiana católica) y el matrimonio la importancia viene al elevarlo a la categoría de sacramento y ligarlo directamente a Dios: te casas ante Dios, con la Iglesia de testigo y notario.
Pero vamos, que la unión de un hombre con una mujer con vocación de permanencia y con la intención de reproducirse es una institución llamada matrimonio y pensar que es lo mismo una unión de personas del mismo sexo que un matrimonio pues me parece absurdo porque, sencillamente, no lo es.
El problema semántico no creo que lo tenga quien quiere utilizar las palabras exactas que definen cada realidad sino quien pretende que una misma palabra pueda definir realidades diferentes. Sería como llamar silla a la mesa, al fin y al cabo las dos tienen patas.