La Voz de Galicia

En sentido físico, “comunicar” es poner en contacto o integrar dos espacios antes aislados. Si entre ellos se abre una puerta, simplemente se da paso de uno a otro. Si se tira un tabique, se integran, se convierten en un espacio único. Comunicar significa eso, poner en contacto, integrar, hacer comunidad. Conseguir que los distintos se entiendan o al menos crear un lugar común de intereses para ellos. Según el diccionario, “comunicar” consiste en “hacer a otro partícipe de lo que uno tiene”. Pero desde el descubrimiento de la llamada “comunicación estratégica”, parece que funciona al revés, que la comunicación sirve para separar, enfrentar y dividir más que para generar espacios comunes, de diálogo.
Esto tiene que ver con que el márketing ha podido con la política, pero también con la propensión de algunos medios, a convertir cualquier noticia en un Barça-Real Madrid, en un estás conmigo o contra mí, en una guerra de hooligans que se gritan en el estadio y se pegan fuera de él.
Los dos ejemplos más recientes son, me parece, el debate nuclear y, otra vez, el juez Garzón. Ambos asuntos podrían haber sido abordados profesionalmente, acudiendo a los expertos, explicando en qué consiste el problema y hasta qué punto son razonables determinadas decisiones. Pues no, ayer con Fukushima y hoy con Garzón, y según en qué medios, toda la cuestión se reduce a atribuirle cierto valor moral a estar a favor o en contra de la energía nuclear o del juez. Una locura para el periodismo, porque agosta su credibilidad. Y para el debate público, que se empobrece y reduce a los ciudadanos a la condición de fans.