Son esas cosas que se te ocurren de repente. Estaba explicando cómo funcionan los prejuicios. Decía que los necesitamos, que resultan necesarios e inevitables, porque no podemos pasarnos la vida replanteándonos todo. Decía que lo malo de los prejuicios fuertes radica en la imposibilidad de revisarlos incluso cuando la realidad los aplasta. Esa contumacia frente a la realidad sí que nos pervierte. Explicaba también que esto sucede a quienes no acostumbran a pensar las cosas y carecen, por lo tanto, de criterio. El criterio y la mera opinión se diferencian en que el primero se apoya en principios y la segunda en modas, de ahí que cambie muy fácilmente. En estas caí en la cuenta de que, en el fondo, las culturas son el compendio de nuestros prejuicios. Una cultura consiste en la suma de los principios que no revisamos, que aceptamos de un modo connatural, por inercia casi.
La consideración que merece una cultura depende del conjunto de prejuicios que asuma. Existen algunas, bastantes, que parten del prejuicio de que la mujer es inferior. El prejuicio, convertido en principio, se traduce en costumbres y, en aquellos países con regímenes muy ideologizados, autoritarios o ambas cosas a la vez, termina en ley.
En la nuestra se insinúa el prejuicio que insiste, contra la evidencia, en que la igualdad consiste en que los hombres y las mujeres no nos diferenciamos en nada. Se encarna en costumbres a veces muy extrañas: basta ver el lío de Assange en Suecia. Y en países con gobiernos ideologizados, en leyes como la que se proyecta aquí, que pretende negar el concierto educativo a los colegios de enseñanza diferenciada para niños o para niñas.
Esto de la inevitavilidad de los prejuicios me recuerda a una escena de «El violinista en el tejado». Cuando Reb Tevye habla de la tradición y a las costumbres de su pueblo, admite no entender por qué observan determinadas costumbres y ritos, pero sabe que pertenecen a la tradición, y que gracias a la tradición su pueblo atesora la sabiduría de sus antepasados, tiene referentes para comprender qué esperan unos de los otros y qué espera de ellos Dios. Tienen, por tanto, una identidad, aunque muchos hoy dirían que la tradición es un conjunto de prejuicios irracionales.
Lo que me llama la atención es que, siendo tan tradicional el pueblo judío, casi un 30% de los premios Nobel los han conseguido científicos y literatos judíos o de origen judío. Teniendo en cuenta que hay aproximadamente unos 15 millones de judíos en el total de la población mundial, me parece realmente extraordinario.
Saludos
Muy interesante tu comentario, muy sorprendente. Una alegría verte por aquí, Lucía
Esta entrada es lo mejor que he leído últimamente sobre los prejuicios. En la sociedad, y en todas las esferas del saber, el sueño ilustrado postuló la supresión absoluta de los prejuicios. Pero el mismo desarrollo de la vida social y de las ciencias evidenciaron que los prejuicios son inevitables. En los años 60, Thomas S. Kuhn asestó un golpe mortal a la concepción de una ciencia absolutamente libre de supuestos. Y antes, a comienzos de los 30, el teorema de Gödel demostró que las matemáticas no eran, ni podían ser, tan exactas como se había creído hasta entonces. En cuanto a la esfera pública, además de los pensadores contrarrevolucionarios, Tocqueville ya señaló que los prejuicios impedían debates interminables tendentes a la parálisis. Sólo con unos prejuicios compartidos las deliberaciones pueden traducirse en decisiones políticas efectivas. Como ya advirtió el viejo Aristóteles, la vida política no se conduce con la ciencia, sino con la retórica, con la verosimilitud de los discursos (o con la sofística, el arte de que lo falso parezca verdadero).
La cuestión, como apunta la entrada, es de qué tipo de prejuicios está empapada una sociedad. Y de nuevo, encontramos dos extremos, el prejuicio de que la mujer es inferior al hombre, solemne estupidez, y el de creer que hombres y mujeres son completamente iguales. Otra solemne estupidez, muy extendida últimamente, pero que no resiste ni las conclusiones de la neurología, ni las de la psicología del desarrollo, ni las de la genética, ni las del sentido común de alguien que no padezca ataques de cierta histeria feminista.
Magnífica entrada.
No entiendo muy bien esto de los prejuicios. Y desde luego no diría que las culturas se basen en los prejuicios. En todo caso se basarán en los juicios. Que los hombres somos iguales ante la ley no me parece que sea un prejuicio. No creo que ninguna cultura se sostenga por sí misma si se basa en prejuicios.
No entiendo muy bien el comentario porque siempre he pensado que el prejuicio es lo que va antes del juicio. Es una estación de paso pero no la estación de llegada.