La Voz de Galicia

El informe que acaba de presentar Unicef sobre «La infancia en España, 2010-2011» me ha inquietado. Primero, por el dato bruto que todos los medios han llevado a titulares: la cuarta parte de nuestros niños están en la pobreza o al borde de ella. El dato exacto es un 24,5, es decir, casi dos millones de críos. Resulta estremecedor, porque se confirma que el progreso, del que tan orgullosos parecemos, castiga con fiereza a mujeres y niños.
Precisamente por eso, me ha extrañado que los medios —y no recuerdo ahora ninguna excepción— hayan omitido cualquier referencia a un párrafo muy expresivo y contundente del Informe de Unicef: «En los hogares monoparentales (normalmente con los hijos a cargo de una mujer) y en las familias con tres o más hijos se disparan las tasas de pobreza en casi 19 y 25 puntos porcentuales, respectivamente, sobre la media. En los hogares monoparentales sólo hay un adulto que puede proporcionar ingresos y muchas veces puede tener graves problemas de conciliación de su vida laboral y familiar. En el caso de los hogares con más de tres niños a cargo, los altos índices de pobreza son reflejo, entre otras cosas, de los aún escasos apoyos a las familias numerosas».
El gráfico que acompaña a estos comentarios muestra cómo las familias monoparentales duplican en riesgo de pobreza a la media, y cómo han sido superadas en estos dos últimos años por las familias numerosas. El ominoso silencio sobre esta parte del informe se explica porque o bien no se lo han leído (triste) o porque algún bloqueo mental les impide sacar las oportunas conclusiones (tristísimo). En el caso de las familias numerosas, ya lo hace el propio informe, unas páginas más tarde, al situarnos a la cola de Europa en el gasto público en familia: el 0,7 del PIB frente a la media europea del 2,3,  y lejísimos de países como Dinamarca, que llega al 5, 1.
¿Qué nos ha pasado para que, ahora que tenemos más dinero y menos niños, seamos incapaces de tratarlos mejor?

Actualización: el domingo 21 se ocupó de este asunto Juan Fuster en El País. Concluye:

Nuestros políticos son auténticos especialistas en maximizar la rentabilidad de sus promesas electorales (antes compromisos) y tal vez por ello les resultan más rentables los jubilados, funcionarios, mujeres u otros grupos con mayoría de edad. Los adultos no vamos a permitir que los niños voten, pero no olvidemos que ya deciden en el carro de la compra. El partido político que se atreva a abordar y a valorar de una forma seria esta enorme «tarta» de no votantes (que sí influyentes) podría resultar electoralmente muy favorecido.