La Voz de Galicia

Decir la verdad produce rentabilidades a medio y largo plazo, no siempre a corto. Ocurre lo contrario con la mentira, salvo en un ámbito: en el mundo del fútbol. La mentira y la trampa consiguen permanencias y evitan descensos, enriquecen fraudulentamente a jugadores desaprensivos y a dirigentes inmorales. Pero por mucho que delincan, nunca pasa nada. ¿Por qué?
Le echo la culpa al sentimiento romántico y, por tanto, irracional que mueve la pasión futbolística. El amor a los colores propios es ciego. Lo hemos comprobado todos alguna vez cuando el seguidor de otro equipo es incapaz de ver el penalti más grotesco. La pasión, también en el fútbol, nubla la razón. De ahí que al aficionado le importen un pito las deudas del club o la gestión gansteril de este o de aquel presidente. «¿Qué quieres? ¿Que bajemos a segunda»?, dirán. Se perdona y disculpa todo si se el equipo consigue los resultados apetecidos. Como no se reconoce la iniquidada un mal hijo porque… es tuyo.
El periodismo deportivo lo sabe y, por eso, escribe siempre para los ganadores que, por otra parte, son los únicos que quieren regodearse con la crónica de un partido ya visto. Los perdedores, sin embargo, se alejan del periódico ese día. «El fútbol es así». El periodismo deportivo escapa de los bajos fondos. Tiende más a la adulación, que facilita entrevistas y noticias exclusivas y garantiza la audiencia de tantos forofos que no quieren saber nada malo de su equipo.
Tenemos, como consecuencia, una reacción política cobarde: nadie se atreve a contrariar esas aficiones de votantes capaces de matar. Nadie exige a los equipos que paguen a Hacienda o a sus empleados antes de reforzarse… Al revés: les condonan deudas y les facilitan operaciones inmobiliarias vergonzosas.
No nos engañemos más. La culpa, como en toda corrupción, es de la sociedad que la alienta. Es suya y mía. Nuestra.