Decir la verdad produce rentabilidades a medio y largo plazo, no siempre a corto. Ocurre lo contrario con la mentira, salvo en un ámbito: en el mundo del fútbol. La mentira y la trampa consiguen permanencias y evitan descensos, enriquecen fraudulentamente a jugadores desaprensivos y a dirigentes inmorales. Pero por mucho que delincan, nunca pasa nada. ¿Por qué?
Le echo la culpa al sentimiento romántico y, por tanto, irracional que mueve la pasión futbolística. El amor a los colores propios es ciego. Lo hemos comprobado todos alguna vez cuando el seguidor de otro equipo es incapaz de ver el penalti más grotesco. La pasión, también en el fútbol, nubla la razón. De ahí que al aficionado le importen un pito las deudas del club o la gestión gansteril de este o de aquel presidente. «¿Qué quieres? ¿Que bajemos a segunda»?, dirán. Se perdona y disculpa todo si se el equipo consigue los resultados apetecidos. Como no se reconoce la iniquidada un mal hijo porque… es tuyo.
El periodismo deportivo lo sabe y, por eso, escribe siempre para los ganadores que, por otra parte, son los únicos que quieren regodearse con la crónica de un partido ya visto. Los perdedores, sin embargo, se alejan del periódico ese día. «El fútbol es así». El periodismo deportivo escapa de los bajos fondos. Tiende más a la adulación, que facilita entrevistas y noticias exclusivas y garantiza la audiencia de tantos forofos que no quieren saber nada malo de su equipo.
Tenemos, como consecuencia, una reacción política cobarde: nadie se atreve a contrariar esas aficiones de votantes capaces de matar. Nadie exige a los equipos que paguen a Hacienda o a sus empleados antes de reforzarse… Al revés: les condonan deudas y les facilitan operaciones inmobiliarias vergonzosas.
No nos engañemos más. La culpa, como en toda corrupción, es de la sociedad que la alienta. Es suya y mía. Nuestra.
En la política pasa lo mismo….Y al final los impuestos los pagamos los de siempre…
El futbol y esta columna son una magnifica metáfora que explica que es la sociedad -nosotros- la culpable, y si queremos cambiar la política, antes tenemos que cambiar la sociedad.
Si la ciudadanía se muestra indiferente a la corrupción, la política se convierte en un lodazal, al producirse una licuefacción de los valores que coexionan una sociedad y sirven para cimentar el progreso moral y económico. Las relaciones clientelares entre el poder y una sociedad sumisa, y manipulada que juega a lo mismo, pero a pequeña escala, acaba demostrando que a los políticos no les diferencia otra cosa con los de a pie, que la oportunidad y la escala del latrocinio.
El resultado de la degradación social generada por la corrupción es pobreza y el atraso pues la corrupción anula todo espíritu de desarrollo, difumina el criterio, la justicia y la estabilidad de la sociedad y no solo reduce el bienestar general de la población, sino que la pervierte al crear como modelo a imitar, la ostentación del éxito a cualquier precio, envolviendo sin recato alguno de honores y oropeles la peor bajeza moral, mientras califica de tontos a los que porfían en intentar que prevalezca, la honradez y la justicia en su forma de proceder
Profe, canta razón tes.
No lo puedo decir mejor, Prometeo. Pero ese es mi sentimiento unido al de impotencia y falta de motivación; en el trabajo, en el comportamiento con tus «amigos»… Todo es mercadeo
Javier.: incluso en la amistad y la familia. Incluso en el verdadero amor, hay un intercambio. Yo te doy, te protejo, te cuido y tú me amas. Es nuestra más importante necesidad: ser amados pero eso no es nada material, no es un mercadeo ni una corrupción, al revés si se mira económicamente, en el balance solo destacarán las perdidas. Podríamos decir que esos maravillosos e ingenuos criadores de hijos que son los padres, se entregan con entusiasmo al negocio económicamente más ruinoso y sin embargo viven mas, son más felices y si les sale bien alcanzan algo cercano a la plenitud. Algo que ningún dinero les puede dar, por eso no dudan en gastarlo en un proyecto que nunca amortizará lo invertido y en el mejor de los casos será la sociedad la que recogerá sus esfuerzos por educar y criar a mujeres y hombres útiles para ella.
Creemos que muchos padres desean para sus hijos posesiones materiales, que ejerzan una carrera muy rentable y para ayudarlos en ese sentido, ahorran para dejarles un solvente legado económico, pero mas que el dinero, desean la felicidad para sus hijos, que vendrá si son capaces de crear una buena familia y además alcanzan el reconocimiento social que no tiene que ir unido necesariamente al éxito económico
Incluso algunos se preocupan cuando sus hijos tienen una pequeña fortuna, pues piensan que las amistades no serán sinceras, que el amor no será autentico sino interesado.
Pero mirado de esta manera el negocio mas ruinoso es la falta de criterio, la mala conducta, pues sus hijos repiten sus mañas incluso superando al maestro que tienen en casa y aunque intenten ocultar sus fechorías, si actúan mal, si se corrompen, sus hijos acabarán impregnándose de ellas y aprendiéndolas convirtiendo a sus padres en sus primeras víctimas. La corrupción, la difamación, el engaño, se nos presentan como un atajo, pero no son más que un engañoso espejismo, que nos aparta del camino que nos conduce a aquella sensación cercana a la plenitud, cuando sin esperar nada a cambio se puede comprobar que el círculo virtuoso del amor sincero, acaba funcionando. No se trata de nada esotérico ni del karma, se trata de apartarte y apartar a tu familia del lodazal pestilente, pues las miasmas y hedores no se disimulan por mucho Chanel que le pongamos y de forma inapelable acaban aflorando.
Solo te pido Javier, que pongas “ojos de mariñeiro” –así decía mi amigo Pancho para enseñarme a ver lo que para mi permanecía oculto-. Verás que hay mucho más que ese mercadeo del que hablas. Hay muchas personas generosas. Yo creo que son la mayoría aunque como no esperan nada no se preocupan del marketing. Madrugan todos los días sacrificándose por los otros a cambio de algo tan barato y a un tiempo tan maravilloso como un abrazo o una caricia sincera, a cambio del enorme tesoro que para ellos supone hacer sentirse orgullosos a sus ancianos padres, soñando con que sus hijos algún días puedan ser buenos padres. Otros -como ellos- ruinosos mercaderes de dinero pero potentados de amor y felicidad.