La Voz de Galicia

En marzo pasado la selección española le dio un repasito a la francesa en Saint Denis y, en los prolegómenos de ese partido, algunos se dedicaron a recordar que Domenech, el seleccionador francés, diseña las alineaciones en función de extraños criterios astrológicos: dicen que descarta, por ejemplo, los libra y los escorpio. Así le va.
No resulta raro que un jugador o un ídolo del pop se mueva por tan extravagantes consideraciones: la superstición ridícula siempre fue tolerada en esos ámbitos y en los de la gente ignorante. Pero en un seleccionador… Por lo visto la cosa no queda en seleccionadores: directivos de cualquier ramo de la industria, brokers y todo género de personal supuestamente cualificado recurren cada vez más, en su toma de decisiones, a los echadores de cartas (que están haciendo su agosto en tantos medios de comunicación), brujos y brujas, adivinos variados, mediums y santeros, sectas satánicas y hasta prácticas de vudú contra la competencia. Han aparecido religiones neopaganas, muy basadas en la magia, que reclutan cada día más adeptos. Ya no es sólo que prolifere, especialmente entre las chicas, el oscuro y peligroso jueguecito de la ouija, el esoterismo se ha introducido en casi todos los ámbitos sociales.
Dicen los sociólogos contemporáneos que eso de la secularización es falso, si se entiende por tal la mengua del nivel religioso de una sociedad. Por lo visto la «cantidad de religión» permanece más o menos estable a través del tiempo. Sólo que, en las crisis de las religiones estructuradas, surgen de inmediato las «formas regresivas de religión» que acuden a satisfacer las ansias de espiritualidad y de sentido innatas en las gentes.
El análisis parece que encaja con la realidad. Paradójicamente, en nuestro mundo supercivilizado nos estamos volviendo primitivos. Y ya empieza a notarse demasiado.