La Voz de Galicia

Tal como están las cosas, necesitamos mucho un poco de Navidad. Es cierto, sí, que hemos embarrado el espíritu navideño por el sencillo método de reducir la fiesta a puro vino (con algo de champán) y la delicadeza finísima del regalo a una trampa de egos y chucherías. Por eso el espíritu navideño, el originario, el de verdad, parece ahora impostado cuando alguien lo invoca: «Paz a los hombres de buena voluntad».
¿Por qué paz y cariño solo unos días al año?, dicen algunos. Por supuesto, la pregunta es insidiosa, porque nadie defiende un planteamiento tan reductivo, pero se puede responder: probemos al menos en Navidad. Un poco de Navidad vendrá bien a nuestros huesos y a nuestras almas cansadas. Un poco de cariño familiar —con sus exigencias—, un esfuerzo por sonreír más, por enfadarnos menos, aniñarnos un poco por unos días, sin pretendernos tan hombres, tan mujeres, para ser capaces de disfrutar con el Belén como disfrutan los niños que miran perplejos y embobados el misterio. De críos, lo entendíamos, pero el misterio se agranda con el paso de los años hasta hacerse ininteligible cuando basamos nuestras decisiones en el poder o en el dominio sobre los otros, en la autonomía frente a todo, incluso frente a un Dios que, sin embargo, nace pequeño, pobre, arrinconado y, sobre todo, dependiente. ¡Cómo arrodillarse ante un Dios así!, parecen gritar algunos, que cifran toda su personalidad en no arrodillarse, y terminan doblándose ante un cualquiera, a menudo insolente.
Prefiero un poco de Navidad, con Niño, para ampararme, siquiera unos días, de esta bronca continua, de la sinrazón de diseño, de la necedad paridora de odios. Siempre queda la fiesta del misterio y de la sencillez que nos empuja hacia la comprensión. El sábado próximo ya habrá pasado, así que les deseo hoy un poco de Navidad. Un mucho, si pueden.