La Voz de Galicia

Supongo que tengo que farfullar unas líneas, como diría Cueto, sobre las elecciones de mañana, también llamadas, casi como una excusa, elecciones europeas. Ahorraré calificativos sobre la campaña, porque ni sumando muchos conseguiría acercarme a la idea que han ido construyendo con la sucesión de parloteos varios en forma de video, de rueda de prensa, de mitin o de declaración desangelada y peregrina. Llueven sus palabras y nos caen como tortas para que espabilemos y votemos contra el otro. Como si no encontraran argumentos en su favor, en positivo, sin necesidad de atizarle al contrario, sin recurrir a nuestros instintos primarios de hispanos calientes para movilizarnos contra el opuesto. En lugar del lógico «yo represento la opción mejor», se han inclinado por cantarnos las fealdades del de enfrente. Y claro. Si nos ponemos a sumar fealdades, sale una cosa muy fea que imposibilita la esperanza o la adormece.
Por eso supongo que mañana, dudando entre negruras, terminaremos por no votar o por arrojar el voto contra alguien. Sin esperanza. Como quien juega una lotería en la que sabe que tiene muy pocas posibilidades de ganar, porque los resultados de las elecciones de mañana afectan poco a los ciudadanos y mucho a los partidos. En el último tramo de campaña se han descarado y han empezado a reconocerlo, como si no fuera obvio. Lo que está en juego es el liderazgo del PP y del PSOE más que ninguna otra cosa. Dicho de otro modo: la consecuencia inmediata de las elecciones será un problema para Rajoy o un problema (más) para Zapatero. Para quienes no estamos en ese juego —la inmensa mayoría— la consecuencia inmediata de las elecciones será también esa: más noticias sobre la gestión postelectoral de los resultados, cuando lo que de verdad nos interesa es la gestión del país, del presente y del futuro de los nuestros.