La Voz de Galicia

Alejandro Llano acaba de publicar unas deliciosas memorias (Olor a yerba seca, ed. Encuentro), y dice en una entrevista que, a su juicio, en España falta profundidad en el debate político. la atribuye al acuerdo de no revolver demasiado, de no molestar, que se alcanzó en la Transición. Este proceder, según Llano, configuró un perfil ideológico bajo para los grandes partidos (PSOE, UCD y PP) e incluso para los medios. Se pasa sobre los asuntos de fondo como de puntillas o se omite cualquier referencia a ellos, en lugar de afrontarlos en toda su dimensión abriendo un verdadero debate público en el que realmente puedan hablar y ser respetadas todas las posiciones, sin estigmatizarlas antes ni después. Como resultado de ese proceso se simplifican los mensajes, que cristalizan en una imagen sentimental a favor o en contra de unas siglas determinadas, de manera que las decisiones en torno a los asuntos de fondo quedan predefinidas y prejuzgadas por esa imagen, por esa vinculación sentimental que muchos votantes, como consecuencia, no están en condiciones de justificar.
Tienen culpa los medios que permiten esa ausencia de debate o las discusiones light (Llano dice en la entrevista que, para publicar en ciertos medios, basta con cumplir una condición: no decir nada). Pero también los ciudadanos somos culpables, por aceptar la agenda de discusión que proponen los políticos, la que les conviene. Y lo permitimos cuando nos dejamos llevar, sin crítica, por esa imagen, de marca, que nos vincula irracionalmente con un partido, en vez de ponerla en duda y examinar, contrastándolos, los dogmas que ofrecen. Por muy anticlericales que a veces se muestren, actúan como iglesias, y nosotros como creyentes. Por eso las campañas, se convierten en la pelea por la bocina más grande, la más ruidosa, la que mejor estimule nuestros instintos, la que nos deje pensar menos.