No hablaré de crisis económica, ni de la caída de las bolsas ni del sistema bancario estadounidense, sino de otras noticias mucho más negras que las financieras. Noticias sobre niños. El martes 16 el doctor Pérez Pallarols presentó un informe del que se deducían dos conclusiones tremendas: que las enfermedades mentales se están cebando en los niños y que el suicidio es ya la tercera causa de mortandad entre los 10 y los 14 años.
El día siguiente, el miércoles 17, la Fundación para la ayuda a niños y adolescentes en riesgo daba a conocer los datos del llamado «Teléfono del menor»: casi 120.000 llamadas, un tercio de las cuales denunciaba situaciones de violencia. Un párrafo de su comunicado de prensa resultaba particularmente desolador: “El director general de la Fundación Anar, José Antonio García comentó que un 22,2% de las llamadas de los menores a este servicio se referían a problemas de relación con la familia o el entorno, entre las que destacan las relativas a las consecuencias psicológicas de la separación de sus padres y a la situación de soledad en la que se encuentran”.
Pese a que me parecen las noticias verdaderamente negras de la semana, han merecido poca glosa. Casi ninguna. Pero basta con ponerlas juntas para que, al menos en mí, se disparen dos alarmas.
Una primera sobre la poca capacidad que parecemos demostrar para reconocer los problemas y, sobre todo, sus raíces. Esto nos impide, como es lógico, solucionar males que terminan por convertirse en pandemias (hagan, si no, la búsqueda «suicidios de niños» en Google).
La otra alarma se refiere a la idea de si misma que transmite una sociedad cuando trata de este modo a los niños, cuando los convierte en meros juguetes rotos en lugar de venerar su inocencia y ayudarles a crecer para que sean capaces de ganar el futuro.
La vida que llevamos no contribuye a que tratemos bien a nuestros niños. Esos locos bajitos que nos esperan al final del día, cuando nuestras energías están bajo mínimos, cuando tenemos acumulada toda la tensión del mundo, cuando no queremos sino descansar y desconectar de todo….
Entonces hay que hacer un nuevo esfuerzo y escuchar la pelea que ha tenido lugar en el recreo, la gran ofensa que le ha hecho el amigo porque ha elegido a otro para jugar al baloncesto, el examen que llega, las notas que no alcanzan….
Al final, llega la recompensa: un beso y un abrazo. Y, sobre todo, un ¿sabes cuánto te quiero mami?
Todo, todo, todo, merece entonces la pena.
Esta información es muy triste y a mi me parece que en Brasil no es muy diferente. Cada vez más los niños quedan sólos en casa, sin padres, sin amigos (muchas veces viven en edificios)… y esta cosa de suicidios de niños no es normal. Esto no viene de la naturaleza humana y tampoco de la naturaleza infantil (no sé si en español se puede decir así).
Me queda la pregunta: qué queda a nosotros hacer para cambiar esto, sin depender de autoridades? En este momento no me viene mejor respuesta, sino dar más atención a los niños, quien sea, para que se sintan amados.
P.S.: Mira que ahora tus alumnos del curso de «focas» visitan tu blog 🙂
Hai moitos anos que digo que unha sociedade que abandona os vellos acabará por abandonar tamén os nenos.
Moito desexaría eu equivocarme.
Pero vexo que, por desgraza, acertei.
Agora ata lle chaman conciliación (da vida familiar e profesional) a deixar os pequenos tirados todo o día en calquera sitio, a poder ser no mesmo recinto do colexio…!!!
Tristes tempos nos tocou vivir.