La Voz de Galicia

En tiempos de crisis algunos parecen seguir este lema: «Contra la crisis, contumacia».

Y no me refiero sólo a la económica, si no también a otros datos como, por ejemplo, el constante incremento de enfermedades mentales y de suicidios entre los niños.

El País de hoy: «El suicidio es la tercera causa de muerte entre los 10 y los 14 años. La salud mental en los niños de los países desarrollados preocupa a los expertos». Las dos primeras son los accidentes de tráfico y la leucemia:

«Según la experiencia de Jaume Pérez Pallarols, responsable del estudio, cada semana, entre tres y cinco niños ingresan en las urgencias psiquiátricas del hospital infantil de San Joan de Dèu, en Barcelona. De hecho, cada vez son más frecuentes los ingresos hospitalarios infantiles a causa de un amplio abanico de trastornos mentales. Los que más aumentan son la reacción grave al estrés y los trastornos de adaptación, las alteraciones de la conducta, los trastornos depresivos y la hiperactividad».

La búsqueda en Google de «suicidios de niños» puede resultar clarificadora: aparecen países no tan desarrollados y con la misma preocupación. Siempre podemos engañarnos con la coletilla de habitual: esto ha ocurrido toda la vida, sólo que ahora hay más sensibilidad.

Mapas mentales 

CONOCÍ a Sebastián Álvaro, el director de Al filo de lo imposible , hace cinco o seis años. Lo trajimos como invitado al Máster de Gestión y Producción Audiovisual, donde dirigió una sesión espléndida a la que, por desgracia, no pude asistir. Pero luego, en un almuerzo tranquilo, descubrí a un hombre sereno, repleto de sentido común, excelente conversador, sencillo. Por alguna razón imaginaba que un aventurero debería tener otro perfil, más cercano al de aquellos que había conocido: fortachones, fanfarrones, fantasiosos y… fantasmillas. Casi todos los adjetivos que empiezan por «f» se les aplican. A Sebastián Álvaro, no. Y ayer, al regresar en coche de una cena, me lo encontré en la radio. Hablaba de por qué algunos, contra toda lógica, sobreviven a los accidentes. Buscaba el común denominador de los supervivientes. Comentaba cómo, sorprendentemente, un estudio norteamericano llegó a concluir que la tasa más alta de supervivencia entre los que se pierden en la naturaleza corresponde a los niños de menos de seis años. Es decir, a aquellos que, según el viejo catecismo, no han alcanzado el uso de razón. ¿Por qué? Según Sebastián Álvaro, porque los niños de esa edad aún no son capaces de elaborar mapas mentales y porque se comportan como los animales: se echan a dormir si les entra el sueño y se guarecen si sienten frío. Los mayores, no. Son incapaces de desandar lo andado, que es la primera medida que toman los más pequeños. Los mayores dibujan sus planos mentales y se empecinan en un camino que sólo existe en su imaginación. No hay modo de evitar que se pierdan cada vez más, sin remedio. Porque, además, creen que volver o abandonar su erróneo mapa mental sería una derrota. Marchan decididos a una muerte cierta. Eso sí, muy seguros de sí mismos.

Nota: la columna «Mapas mentales» es del 2007 y se me ha colado aquí. La explicación es demasiado larga. No tiene mucho que ver, pero ya la dejo. Perdón