La Voz de Galicia

No suelo leer mis columnas. En cuanto las envío al periódico o a la revista, me esfuerzo por olvidarlas.

En las últimas semanas se produjeron dos excepciones. El 16 de agosto, mientras hacía una llamada telefónica, tropecé con unas líneas de mi columna en La Voz. El periódico estaba doblado delante de mí y me fijé: leí una frase que no era mía. Volví a fijarme. La columna contenía otras frases que tampoco me pertenecían. Enseguida pude comprobar que tenía también más cambios de párrafo de los que yo había puesto. 

El día anterior me habían llamado a las nueve de la noche porque faltaba mi columna. Dije que la había enviado, pero que volvería a mandársela en un minuto. A ese incidente técnico debio de unirse otro: por alguna razón, mi texto era mucho más corto que el espacio asignado. Se ve que el jefe de opinión decidió no molestarme y lo arregló alguien de un modo maravilloso: añadió tres frases que no añadían ni quitaban nada al texto original (algo extremadamente difícil).

Pueden cotejarse las dos versiones:

Mi feria del libro, en el blog, tal como la escribí.

Mi feria del libro, como fue publicada en La Voz.

Quizá esté incluso mejor la segunda.

El sábado pasado volvió a ocurrir. Ya de noche alguien me dijo: «Te he leído», y añadió: «No entendí nada». Algo más tarde, otro me dijo: «Oye, no he entendido nada de tu artículo». Por fin, ayer, un tercero repitió que me había leído y le pregunté: «¿Y entendiste algo?» . Respondió que no.

Total, que volví a leer la columna y me pareció una calamidad. En cuanto tenga un rato, vuelvo y explico por qué está tan mal.

Pero si alguien se anima, puede empezar la crítica desde el otro lado.