La Voz de Galicia

Para escribir la columna de mañana, estuve viendo las que había escrito otros años en que me tocó el 15 de agosto. Me gustó esta de 2001:

Foto

El 15 de agosto mi abuela iba a Misa. No iba siempre, por eso lo digo. Apenas conseguía moverse más que lo justo para desplazarse entre los fogones. No podía, por tanto, caminar cada domingo los varios kilómetros desde Mirás a Fisteus. Pero el día de la Virgen, encendía los fogones de madrugada, como quien arranca un barco, y los dejaba al mando de una hija o de una nuera. Luego, se cambiaba de ropa -recuerdo sobre todo aquel pañuelo suyo de cabeza, tan suave, discretamente coloreado- y comenzaba una operación delicada: subirla a la grupa de la yegua. Un trabajo que patroneaba el abuelo, con esa ternura recia con la que hacía todo lo que se refería a la abuela (no le hablaba como a los demás, no la miraba como a los demás, no conseguía alejarse de ella más que unas horas). Entre dolores sin cuento, terminaba sentada en la silla, de lado, y salíamos todos para Fisteus, contentísimos, como si lleváramos una reina. El abuelo hacía de palafranero: iba a pie con las riendas, sorteando los lodazales.

Me gusta recordarlos así: ella a caballo, él llevándole las riendas, y todos sus hijos y nietos alrededor. Pero nunca hicimos esa fotografía.