La Voz de Galicia

La UE lo aprobó anoche, pero confío en que el Parlamento Europeo termine tumbando la directiva: los trabajadores podrán negociar individualmente jornadas semanales de hasta un máximo de 60 horas, 65 en el caso de los médicos.

De aplicarse esta medida -y ya sabe que todas las normas de mínimos terminan convirtiéndose en máximos, y todas las de máximos en mínimos-, o trabajamos doce horas diarias o volveremos a ocupar el sábado, justo en el momento en que más se habla de conciliación de la vida laboral con la familiar.

Trabajar doce horas, sin incluir desplazamientos y comidas, supone borrar la existencia familiar de una persona. Pero, además, dudo de la eficacia real de jornadas de ese tamaño.

Supongo que tiene algo de sentido, no mucho, en el caso de directivos. Pero la noticia me ha caído encima como un saco de arena: ¿tendrá que volver a inventar fiestas la Iglesia, como hizo en el pasado, para aliviar a los trabajadores de una actividad esclava?

Lo peor es que, de hecho, se está aplicando desde hace tiempo en diversos ámbitos. Lo conté hace unos meses con la excusa de un viaje a Brasil.

Decían los listos que caminábamos hacia una sociedad del ocio…