Una casa, en las afueras de la ciudad de Arrakeen. A primera hora ya saluda el guante blanco de la helada. Pero ahora es mediodía y un sol otoñal colorea el salón de la casa. Entra una mujer con sus dos hijas pequeñas.
Una de ellas le dice radiante:
-Mamá, vamos a aprender a leer. Hoy nos enseñaron la letra p. Es mi favorita, porque es la de papá y pelota, las dos cosas que más me gustan.
Y se pone a escribir la p, una y otra vez, en una hoja.
La madre se ríe. Y la otra niña le dice:
-La mía es la letra de mamá.
Le pregunta la madre:
-Y ¿cuál es?
-No lo sé, pero la de mamá es la que me gusta.
La madre se emociona. Abraza a las dos pequeñas y les dice:
-Os van a gustar todas las letras. Yo las uso todas para poder deciros que os quiero de todas las maneras posibles.
Hay instantes, ráfagas de magia, que valen una eternidad. Los niños hacen malabarismos con las letras, algo que los adulterados adultos hemos olvidado o perdido.
Me gusta Arrakeen. Me gusta su gente. Me gustan esos adultos que se empeñan en seguir haciendo malabarismos con las letras.
A una hora de allí, otra madre le pregunta a su hijo cómo se llaman las palabras formadas por la unión de dos palabras: sacapuntas, cascanueces, pinchadiscos… El niño responde risueño: palabras poligonales.