La Voz de Galicia
Libros, música y seres humanos
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A Macu, te quiero 37 millones de veces
A Skitty le gustaba amar como si el amor fuese un paseo por el borde de un acantilado, sentir de verdad. Y así fue que tuvo a sus niñas, Sara y Carlota, para quererlas en la frontera de todas las cosas.
Fueron Laura y el pequeño César los que tuvieron la idea de dejarles a las gemelas Sara y Carlota su sombrero mágico. Estaban cansados de volar de aquí a allá. Ya habían estado con su gorro de viento en la torre Eiffel y en el centro de la tierra, donde están las calderas y donde conocieron al pequeño príncipe pianista que tocaba para crear los climas que había arriba, sobre el planeta.
-César, déjales el sombrero mágico a las gemelas. Ya verás cómo se divierten con Madri.
Las dos niñas vieron aquel gorro con sus aspas de colores y les pareció algo extraño. Carlota se echó a llorar. Pero Sara fue decidida hacia él. Apenas lo tocó un poco, el gorro se revolvió y estornudó un polvo de oro como un barniz dorado. El sombrero tenía vida. Carlota dejó las lágrimas y se agarró a las piernas de su madre, como a un junco que podría doblarse, pero jamás romperse.
-Tranquilas –les dijo la madre-. Es sólo un sombrero mágico. Es muy fácil de usar. Si pensamos cosas bonitas saldremos volando con el viento de sus aspas. Tenemos que darnos las manos y yo me lo colocaré.
Y así fue. La madre se lo colocó entre su mar de rizos y pronto la habitación daba vueltas como una peonza. O eran ellas las que parecían un tirabuzón que ganaba altura. Salieron disparadas. Iban muy arriba cuando un pensamiento gris se cruzó por la frente de Skitty lo que hizo que, en seguida, perdiesen metros. Una madre siempre protege a sus hijas hasta el infinito y más allá y Skitty frenó la caída al pensar en las nueces de eucalipto que, de niña, cogía en el parque. Las reunía y las ponía sobre el lecho de unas hojas secas para hacer comiditas. Y pensó también en los días enteros en la parrilla de arena de la playa, siempre en el mismo lugar, con su piel que se coloreaba como en un cuento hasta saber dulce como el azúcar moreno.
Solo con esos dos pensamientos el sombrero mágico de viento se convirtió en un cohete. Subieron y subieron hasta sobrevolar una ciudad que parecía recortada por un crío nervioso contra el mar. Vieron un faro antiguo que parecía que les llamaba con la luz de su ojo de cíclope.
Y aterrizaron frente a la torre. Pronto se dieron cuenta que los habitantes eran todos minúsculos. Tan pequeñitos que casi los pisaban. La madre les dijo a las niñas que anduviesen con mucho cuidado. Pero ellas ya habían despanzurrado a varias decenas. Lo curioso es que al pisarlos sonaban como notas musicales. Y así con ese cascabel de música en sus pies fueron caminando hasta lo que parecía una nube a pie de suelo. Sara avanzaba en primer lugar. Casi tiraba de su madre y ésta a su vez arrastraba a Carlota. El grito de guerra que movía a Sara era que creía haber visto a su abuelo Julio.
Solo pensar en él la cara de la pequeña se iluminaba con un arco iris
La madre se dio cuenta cuando ya estaban llegando a la nube que aquello no eran los restos de una tormenta perezosa con el culo pegado al suelo. Era algo mucho más maravilloso.
-Tenían razón Laura y el peque, este sombrero es mágico. Solo te lleva a lugares únicos.
Lo que tenían frente a sus ojos era decenas de hadas de cristal que volaban como danzando unas alrededor de otras.
Las tres estaban con la boca abierta. Y todavía la abrieron más cuando una de las hadas de cristal se les acercó y les hizo una reverencia:
-Sin duda, habéis llegado de otro mundo. Esta ciudad es la ciudad de cristal y es nuestra humilde morada. Como todos los viajeros de buen corazón tenéis derecho a pedir a mi enjambre de hadas un deseo. Ese deseo tiene que ser el reflejo de vuestra alma y, en seguida, se cumplirá.
Y las dos niñas y la madre no tuvieron ni que pronunciar una palabra. Las tres pensaron el mismo deseo sin darse cuenta. Ser felices siempre. Esa fue la mágica recompensa que recibieron gracias a haber conocido a las hadas de cristal en la ciudad que se recorta contra el mar. Las niñas dejaron las lágrimas y los malos sueños. Dejaron las noches sin dormir y los dolores de barriga. Algo había sucedido en su interior. Y la madre supo traducir en palabras esa sensación:-
Mis pequeñas, es como si nos hubiesen bañado el corazón en chocolate.
Las niñas tomaron su mano sin perder de vista a las hadas de cristal que bailaban para ellas, como despedida, el Danubio azul. Skitty agarró aquellas manecillas de sus pequeñas y salió volando con ellas como una cometa impulsada por un viento cálido que les hizo tener una tranquila travesía de regreso a casa.