Escribir era como cuando jugaba al fútbol y creaba ocasiones donde no las había. Escuchaba y le llegaban unas líneas. Y todo se iba quedando, como un eco en la cabeza, en el interior de un armario con piezas de ropas descolocadas y siempre un abrigo rojo al fondo, un rojo que llamaba.Oía palabras y le atraían como un imán. Escuchó esa expresión tan coloquial, la vida de verdad, y también se la quedó. Se la quedó como una medalla que se prende en el pecho y se luce en una noche de baile, en un salón enorme con arañas de luz que cuelgan del techo. Y la música que sale por los ventanales hacia los carballos del jardín, tras rebotar en el cristal de Bohemia de las copas y en los aceitunas de los martinis. ¿Cuál era la vida de verdad? ¿La de las noches con baile o la de los días de trabajo por el carril de las hormigas? ¿Dónde late nuestra existencia? ¿En el cuadro de Hopper de los domingos por la tarde cuando todos los pisos se convierten en pensiones vacías, como corazones sin propina? ¿O en esas noches de fieltro, con la luna llena quemando el diamante de los ojos de la mujeres hermosas? ¿La vida de verdad es pensar en la vida de verdad o vivirla? Y qué bonito es rimarlo todo sin recompensa. Por el placer de hacer cuentas con las palabras.
Magistral.
Enhorabuena 😉
Hombre, César, me alegra mucho verte de nuevo por la blogosfera, y en plena forma, por lo que leo. Por cierto, el otro día te cité en mi blog https://blogs.lavozdegalicia.es/luispousa/2008/10/21/todoterrenismo/
para aludir al famoso «desprendimiento de rutina».
Un abrazo