Todo salió perfecto, tal como estaba planeado. El día de Reyes es el más significativo de las fiestas navideñas. Montse lo tiene claro, porque el año pasado (con un añito cumplido) lo disfrutó en grande. Y con una experiencia tan grata guardada en su memoria selectiva era lógico que esperara el día con tanta ansiedad. En nuestra casa, como en muchísimos otros hogares, la víspera de Reyes fue una locura. La nena no podía conciliar el sueño por los nervios. Algunas horas antes intentó convencerme de que dejáramos leche en vez de agua en el cubo de los animales, porque, según su reflexión: «¿Cómo van a mojar las galletas en agua, mamá? Seguro que no les gusta».
Al final pusimos agua. Y a los Reyes leche y galletas. Dejamos la ventana medio abierta y nos fuimos a la cama… a conversar. Tardó mucho en dormirse. Estuvimos abrazadas hasta las cinco de la madrugada mientras el padre dormía como un bebé. Ella alumbraba la ventana de la habitación con su linterna, atenta a cualquier movimiento extraño. Y con el temporal de viento que hubo anoche, normal que escuchara ruidos cada dos minutos. «Ssshhttt calla mamá, ¿los oyes? Creo que ya están aquí… han llegado mamá!!! Anda, vamos al salón». Yo me mantuve despierta más por solidaridad que por falta de sueño. Finalmente se durmió minutos antes de las cinco, con la linterna en la mano y una sonrisa en la cara.
Y claro, al otro día la pobre estaba rendida, por más que su emocionado padre intentó despertarla no hubo forma. Así que en casa abrimos los regalos hasta pasadas las dos de la tarde, cuando la peque abrió los ojos de golpe gritando: «Han venido, llegaron ya??? Vamos chicos, al salón». No les había contado que en ocasiones nos llama chicos, así, con esa familiaridad que solo tienen los niños.
Y allá fuimos todos corriendo al salón. Vio los regalos pero los ignoró al principio. Lo que más le importaba era confirmar si se habían tomado las galletas y la leche. Sonrió satisfecha mientras le pedía a su padre que la ayudara a asomarse a la ventana para ver el cubo que reposaba tirado sobre el césped, vacío. Después de eso saltó, gritó y bailó mientras abría los regalos, y yo con ella. Montse estaba feliz, no quiso ni pasar por el orinal aunque por sus saltitos nerviosos me di cuenta de que tenía que ir. Al final la lleve a la fuerza pero regresó corriendo. Nos quedamos jugando toda la tarde. Fue increíble ver la sorpresa en su carita y la felicidad en sus ojos. Más tarde, mientras tomaba la merienda me preguntó:
- Mami… ¿cuando vuelven los Reyes Magos?
- Falta mucho mi amor, mucho tiempo. ¿Por qué lo preguntas?
- Es que quiero darles un beso
- Anda peque, dámelo a mi, que no es lo mismo… pero es igual.
Azu, enternecedor, muy bonito lo que has escrito! Me ha encantado! Muchos besitos a ti, al aprendiz de padre y a Montse, que cada día está más guapa!
Cómo se nos contagia la ilusión a los mayores cuando vemos esas caras de sorpresa y alegría que se les quedan cuando ven los regalos. Y qué duro tener que educarles y racionar un poco los regalos!!
¡Qué lindo relato! Y qué momento más precioso para guardar en la memoria de los tres.
Montse está grandísima y preciosa.
😉
Feliz 2011.
Qué lindo relato, Azu! Un abrazo!
Para mi pequeña Laia (dos añitos y un mes) el día de reyes ha pasado sin pena ni gloria, más bien pena.
Lleva malita cuatro días y hoy la pobre era un alma en pena 🙁
Pero ya está mejorando, por la tarde volvió a ver la muñeca de la que había pasado por la mañana y ha estado peinándola 😀
La verdad es que este día es muy especial con los críos, estoy deseando que llegue el 5 de enero de 2012.
Felicidades por el blog, me gusta mucho.
Pobre Laia, espero que se recupere pronto del todo para jugar con su muñeca. Seguro que el próximo año disfrutará como nunca su tercer día de Reyes, un abrazo Michel y gracias por el comentario 😀
que bonito… La ultima frase, me ha llegado al corazón
Un beso, preciosa
y otro pa ti, rubia!