Cuando era una mujer soltera y sin hijos, la lactancia me parecía un fenómeno extraño y muy, muy lejano. Cuando veía a una mujer alimentar a su hijo pensaba que sin duda era un sacrificio muy grande. Con el paso del tiempo, mis amigas comenzaron a parir y me contaban las infinitas molestias de «dar el pecho».
Recuerdo la cara de angustia de una de ellas cuando me detallaba el martirio que vivió para poder alimentar a su bebé. «Es horrible. Me sangran los pezones y duele muchísimo. Creo que solo lo amamantaré este mes y después con fórmula», aseguraba. La lactancia, aunque no lo parezca, tiene muchos beneficios. No sólo para la salud y el buen desarrollo del bebé, que eso ya me parece razón suficiente, sino también para la economía doméstica.
En cuanto me ingresaron en el hospital una enfermera me advirtió que, si no quería amamantar, podían darme una pastilla para que «se cortara la leche». Después del parto, cuando todavía no era capaz de recordar mi nombre y aún sentía el cuerpo como si acabara de recibir una brutal paliza, una dulce enfermera que, curiosamente tiene el nombre y el primer apellido de mi hija, me preguntó con su dulce voz: «¿Vas a alimentar a Montserrat?»
«Sí». Contesté sin pensarlo. Instintivamente. En ese momento no me acordé de la sangre en los pezones de mi amiga ni del infinito dolor que describía. «Sí». Contesté sinceramente. Y de pronto me sentí madre.
Al poco rato otra enfermera se ocupó de traerme por segunda vez a Montse, ya aseada y vestida. Me dijo: «Descúbrete el torso que esta niña tiene hambre» y en cuanto la puso en mi colo, la niña, instintivamente, se prendió de uno de mis pezones y comenzó a succionar.
Ni siquiera recuerdo si me dolió. El hecho de sentirla ahí, cálidamente, comiendo de manera apresurada y mirándome, hizo que se me olvidara cualquier preocupación respecto a la lactancia.
Desde ese momento y hasta antes de cumplir el año, Montse disfrutó a demanda de la lactancia materna. Después empezó a pedir la teta cada vez menos hasta que la dejó definitivamente. No me arrepiento de haber amamantado a mi hija. Sí, hubo momentos de mucho dolor y tuve que recurir a las famosas pezoneras. Pero la sensación de maternidad real que experimentas con esta actividad corporal, es única y no me la perdería por nada.
Se trata de una forma muy íntima de comunicación entre una madre y un hijo. Una sensación de paz infinita que es necesario vivir para poder entender.
Si es una forma única de comunicación, de conectarse. Es algo único un regalo que solo tu como mamá le puedes dar. Bonita entrada.
Wow!!! Es grato y muy lindo ver ese tipo de compromiso en una madre, pues muchas mujeres a pesar de serlo no siempre se expresan de esa forma ante las miles de cosas que tienen que pasar, enhorabuena por la mamá y la hija!! Benciones para esa familia…