De pequeña me gustaba mucho ir al cole. Disfrutaba del ambiente estudiantil, de los deberes y, especialmente, de mis compañeros de clase. Pero lo que más disfrutaba del comienzo del ciclo escolar era el exquisito aroma de los libros nuevos. Cuando mis padres me entregaban el arsenal bibliográfico, me sentaba en mi cama y comenzaba a abrir lentamente cada libro. Pasaba las páginas y aspiraba ese olor inolvidable. Los cuadernos, con sus hojas blancas, eran para mi un desafío. Y pese a que me encantaba estar de vacaciones y jugar sin control hasta muy tarde, cuando los libros descansaban plácidamente en mi portafolios empezaba a desear -secretamente para evitar las burlas de mis hermanos y mis amigos- que las clases comenzaran.
Ahora me pasa todo lo contrario. Quisiera que agosto se convirtiera en un mes infinito. Montserrat comenzará la escuela infantil el 1 de septiembre. No sé si le gustará, pero sé de antemano que mi corazón se estrujará como una esponja en el desierto en cuanto una extraña la coja de la mano para alejarla de mí, aunque solo sean unas horas.
Cierto es que gran parte del día estoy lejos de Montse. Pero se queda en casa, con su abuela. La escuela infantil será diferente. La niña, a sus 16 meses de edad, se enfrentará a una nueva y desconocida experiencia. Y yo seguramente me quedaré parada en la puerta del colegio, incapaz de moverme hasta dejar de escuchar el llanto de mi hija. Será un momento duro, pero necesario.
Sí que es verdad que las escuelas para los más pequeños ofrecen un período de adaptación para que los niños asimilen con mayor facilidad la asistencia al colegio. Pero ¿qué pasa con los padres? ¿Por qué nosotros no tenemos un período de adaptación en el que alguien nos enseñe a separarnos de los hijos? Yo, por si acaso, me estoy somentiendo a una autoterapia de fortaleza para no hacer el ridículo llorando a moco tendido delante del resto de las madres. Además, aún me quedan 21 días para intentar convencer al aprendiz de padre de que, al menos el primer día, se encargue de llevar a Montse a clases. Después de todo yo ya hice lo más doloroso: parirla.
Yo creo que deberías tomártelo como un trago duro pero necesario… su primer contacto con el resto del mundo sin sus papás, sus primeros pasitos por un patio lleno de enanos donde hará sus primeros mini-amiguitos… y te lo vas a perder??? Dí que nooo!!