La Voz de Galicia

La semana pasada contaba aquí alguno de los principios de la malherbología como ciencia que se ocupa de contener las malas hierbas. Una de sus bases consiste, por lo visto en fomentar los cultivos adecuados y atender bien el terreno más que en obsesionarse con las malas hierbas reales o posibles. Me pareció un enfoque muy adecuado para muchos asuntos. Hace unos días, una antigua alumna del Máster de La Voz recordaba lo que le había dicho en la entrevista previa: que no buscábamos genios, sino gente corriente, normal. Ella lo traía a cuento burlonamente, porque ni se creía normal ni creía normales a sus compañeros de promoción. Supongo que le había explicado con cierto detalle qué entendía por «normal»: alguien capaz de fijarse más en las virtudes de los otros que en sus defectos.
Quien se obsesiona con los defectos ajenos, aparte de hacerse la vida invivible —porque todos tenemos muchísimos— es incapaz de construir nada y convierte cualquier equipo en un infierno. En cambio el que sabe descubrir las capacidades ajenas podrá apoyarse en ellas y ayudar a los demás a superar sus aspectos menos positivos. Esta es una característica especialmente importante para quien dirige cualquier actividad: si se empecina en los puntos débiles de los suyos, terminará por hundirlos, por machacarlos, y conseguirá muy poco. Otro tanto puede decirse de las relaciones personales de todo orden.
Por lo demás, la disparidad de inteligencia entre las personas tampoco es tan grande: estamos todos en una franja más bien estrecha, en la que alguna vez destaca mucho alguien, hacia arriba o hacia abajo. La constancia, la capacidad de dejarse ayudar y, por tanto, de aprender marcan la verdadera diferencia en la mayoría de los casos. Ocurre como en los deportes: si no aceptas la ayuda de alguien que te ve desde fuera, solo consigues profundizar en tus errores sin mejorar en el juego.