Con estos argumentos empieza un reportaje del diario Página 12 sobre un nuevo producto turístico promovido por Argentina:
«Así como la cultura es para muchas ciudades un atractivo extra si se la sabe explotar turísticamente, quedar embarazada también puede ser parte de un combo que incluya playa y masajes a la vez que se consigue una fertilización asistida. Este pack será una de las novedades [que se presentará en] la próxima feria de turismo de Londres. La publicidad está especialmente dirigida a lesbianas y mujeres solteras, pero es una opción multiuso para parejas con problemas de fertilidad. España se ubica en la vanguardia de la oferta y saca ventaja frente a aquellos países europeos donde los tratamientos de reproducción son más complicados legalmente».
Aunque no hay modo de acceder directamente al texto y cada fuente lo cita como le da la gana, parece que el informe del Consejo de Estado sobre la nueva ley del aborto reconoce también, según la agencia Efe, que España se ha convertido durante los últimos años en «un paraíso del turismo abortista» y en el país europeo en el que más crece el número de abortos. El mismo órgano, para sorpresa de cualquier persona razonable, piensa que con una ley más laxa dejaremos de estar a la cabeza de esa sangría de fetos: rarísima pirueta a la vista de lo ocurrido con la de reproducción asistida.
Este será el gran logro del zapaterismo: un país arruinado, al frente del paro europeo y en camino de liderar el mundial, pero «más avanzado», donde desprenderse del hijo será un derecho, y donde la información a la futura madre se considerará garantía suficiente de la protección del feto que prescribe la Constitución.
Al menos el presidente podrá prometer, por una vez, algo con fundamento: nos convertiremos en el más hermoso lodazal turístico del mundo.
Vayan invirtiendo en clínicas.
Más sangría (no de tomar) que lodazal.
El logro no se debe sólo a Zapatero, al menos, el de de ser un país arruinado y estar al frente del paro europeo. Es un logro también de otros que le precedieron, que alimentaron al monstruo del ladrillo y vieron como crecían las arcas a costa de especuladores. Tenemos en este país la fea costumbre de echarle la culpa de todos nuestros males a los políticos, a quiénes nosotros elegimos, por cierto. Lo que tenemos es lo que, entre todos, hemos ido construyendo. Así que a ver quien es el listo que tira la primera piedra…