En junio del año pasado Pablo Iglesias publicó en The New Left Review un artículo al que ya me referí aquí hace meses. Decía entonces cuál era su «objetivo vital» para las elecciones generales: «Sobrepasar al PSOE». No lo consiguió, pero sí ha producido la situación poselectoral que pretendía: «El PSOE quedará atrapado en la contradicción entre la lógica de Estado y sus intereses partidistas, y no está claro cómo la resolverá». Exacto.
No cabe discutir que Podemos, sin sobrepasarlo, ha bloqueado efectivamente al PSOE en el dilema lógica de Estado/intereses partidistas. Solo que lo ha dejado sin salida, porque en realidad cualquier opción perjudicará sus expectativas de voto a corto plazo, incluso la que supone nuevas elecciones. En este contexto hay que entender los gestos de ayer: uno ofreciendo apoyo y pidiendo la vicepresidencia y otro insistiendo en que el electorado no entendería que Pablo y él no llegaron a un acuerdo. Como ambos saben que resulta muy difícil articular y sostener un Gobierno a tantas bandas, posan por si hay que volver a votar: que parezca que, si no ha habido acuerdo, la culpa es del otro. De ahí, quizá, el silencio repentino y complaciente de los barones socialistas, el viaje a Portugal, tan inexplicable, para aprender cómo se monta una coalición de izquierdas o el juego de líneas rojas. El único acuerdo real e inmediato consiste en desgastar más a Rajoy, por eso la insistencia en que se someta a investidura.
Así que no sufran por lo que hagan o digan en esta fase de movimientos tácticos: ya ven cómo parpadean agónicas hasta borrarse las supuestas líneas rojas, mientras unos y otros repiten como autómatas la misma falsedad: «Pro-gra-ma».
Están todos, Rajoy tamén, facendo o mesmo xogo.