Los servicios secretos europeos alertaron de posibles golpes terroristas la noche de fin de año en Bélgica y en la estación de Múnich. Al final, los belgas cancelaron las fiestas, con lo cual los terroristas consiguieron lo que pretendían, amedrentar, sin despeinarse ni inmolarse ni nada. Y lo de la estación no ocurrió en la de Múnich, sino en la de Colonia y en muchas ciudades más, solo que utilizaron una modalidad no esperada por los servicios secretos, sin bombas ni suicidas: la humillación de las mujeres y de todo Occidente en ellas. Y de paso demostraron la capacidad de movilizar a un auténtico ejército de varones.
Conviene que diagnostiquemos bien, no vaya a ser que, por no reconocer esta sorprendente fórmula terrorista o por no querer verla, reaccionemos exactamente como esperan: exasperando la islamofobia, aupando a la extrema derecha, desconcertando a la extrema izquierda -que ya no sabe qué defender o qué atacar en este asunto- y, en general, aumentando la propensión al pánico tan propia de sociedades débiles y sin coraje.
Porque los sucesos salvajes de Colonia, de Hamburgo y de las otras ciudades son una vergüenza: ¿Solo había mujeres en aquellas fiestas? ¿Dónde se metieron los demás? ¿Nadie se dio cuenta de nada o se fueron a lloriquear a la policía, que a su vez tampoco hizo nada para, según parece, evitar que se produjeran alborotos y muertos? ¿O es que nos hemos acostumbrado a unos niveles tan bajos de respeto a las mujeres, también en público, que nuestra sensibilidad se ha acorchado? Lo dejo para que nadie se enfade. Pero conste que esto sí me asusta: que perciban y aprovechen tan claramente nuestras debilidades culturales y nuestra cobardía.
Europa é moi indulxente con xente do mundo musulmán, mentres que nos países de ese credo masacran cristiáns por milleiros e non se cortan en condenar a unha muller española a lategazos por ir nun coche con un home. A integración ten que poñer as cousas no seu sitio: esas persoas veñen escapando da miseria, fame, e intolerancia porque Europa representa o benestar e non pode ser que nos teñamos que cambiar para darlle amparo a eles; e si así fose mal irá cousa porque o noso continente deixará de ser paradigma da liberdade e o benestar para pasar a ser temoroso dunha teocracia primitiva e absolutista.