El mundo primitivo era muy duro y no solo porque carecieran de agua caliente o wifi, sino porque estaba dominado por dioses crueles. La momia del niño sacrificado por los incas hace quinientos años me trajo el recuerdo de aquellos terrores. Pero la noticia, tan interesante, convivía en el periódico con la sentencia por el asesinato de Asunta y con el descubrimiento de siete bebés enterrados en una casa de Alemania, una práctica que acumula precedentes en aquel país. Podría cargar la mano con los niños enterrados vivos o crucificados por el Estado Islámico y otras barbaridades, pero prefiero quedarme ahora con los que matamos aquí, en España, donde antes de acabar el año ya hemos batido todos los récords históricos. La mayoría fueron asesinados por sus madres, sus padres o por las parejas de sus padres o sus madres. Desde luego, los dioses primitivos eran crueles, pero me pregunto a qué dioses se los sacrificamos ahora.
No responderé a la pregunta. El lector ya sabe. Apenas quiero advertir sobre este neoprimitivismo. El grado de civilización se manifiesta, mejor que en ningún otro criterio, en el trato que se dispensa a los ancianos, a los niños, a los enfermos, a los pobres y, en general, a los más débiles. Debería haber incluido en la enumeración a las mujeres, pero no me he atrevido. El lector también sabe por qué. Mantengo, no obstante, la pregunta, ¿a qué dios cruel estamos sacrificándolos?
¿A qué dios ofrecemos en holocausto los millones de niños utilizados en la pornografía infantil o en la prostitución? Anteayer saltó la noticia de la madre que vendía por Internet los desnudos de sus pequeñas. Urge localizar a esos dioses despiadados y ponerles nombre.
Paco tes razón, parece que a vida está chea de miseria e non temos ilusión para millorala e que estamos chegando a unha apocalipsis moral e social. Pero fechamos os ollos e vivimos.