José Ramón Amor Pan en La Voz de Galicia:
«Resulta sorprendente el escaso eco que ha tenido en nuestro país el informe relativo a los enfermos y el final de la vida de la Asamblea Nacional Francesa, que lleva fecha de 28 de noviembre último. Se trata de un texto de 305 páginas, resultado de los trabajos de una comisión parlamentaria y de las audiencias públicas realizadas por ella. ¿Será porque en él se llega a la conclusión de que no se justifica de ningún modo un hipotético derecho a morir? ¿Será porque se pone de relieve la insuficiencia de la formación ética de los médicos? ¿Será porque se insiste en la necesidad de desarrollar mucho más los cuidados paliativos, como auténtica manera de garantizar los derechos de los pacientes terminales? ¿Será porque señala algunas inquietudes respecto a las prácticas que se vienen realizando en Holanda, Bélgica y Suiza? No sé, pero tengo la impresión de que si el informe fuese partidario de la eutanasia, algún periódico, alguna cadena de radio y alguna televisión (todos del mismo propietario, por cierto) hubieran lanzado cohetes. En fin, cousas veredes: pero luego que no me vengan a mí con que no es verdad que en este país se pretende manipular de manera patente el debate sobre la eutanasia y sobre otros temas de bioética (como el del aborto, sesgando claramente a los componentes de la comisión a la que se encomienda una hipotética revisión de la actual legislación). ¡Viva la progresía española! ¿No dudarán de la laicidad y racionalidad francesas, verdad? Otro acierto del informe: pedir un permiso laboral de 15 días para poder acompañar a un familiar moribundo».
Este fin de semana estaba viendo la televisión con mi pareja, y en uno de estos zappings para huír de la publicidad y lo «rosa» dimos con que se estaba celebrando un homenaje a Ramón Sampedro en la playa de As Furnas (espectacular, por cierto).
De repente ella dijo: «¡Qué mal me parece esto!»
Yo empecé a frotarme las manos, ya que pensé que íbamos a comenzar un debate sobre la eutanasia (porque a mí eso de discutir me va), tema en el que somos bastante opuestos.
El caso es que continuó: «¿Y por qué no les hacen un homenaje a todos aquellos que deciden seguir viviendo?¿Acaso tienen menos derecho?»
Touché. Le di la razón y seguí calladito.
¡Saludos!
Conocí personalmente a Ramón Sanpedro en un estudio de radio. Ambos esperábamos turno para contar el proyecto de nuestros respectivos “viajes”. Como sabéis el también había sido marinero. Me impresionó su fortaleza a pesar de estar postrado en aquella pequeña camilla que empujaban varios ayudantes. Mientras el apuraba un cigarro, hablamos de mar. Para hablar le sujetaban el pitillo que el reclamaba cuando yo le replicaba. Cuando llegué a casa me embargó una ambigua sensación. En los momentos previos a embarcarse en una aventura nos sentimos obligados a los demás y a pesar de que una parte de ti quiere volverse atrás, el compromiso nos empuja. La situación era muy extraña. Ambos anunciábamos públicamente y con determinación un proyecto. Requeríamos la compresión de la sociedad para nuestra misión. Nos hacíamos así esclavos de ella y nos veíamos forzados a cumplir con el rol que habíamos creado nosotros mismos. No podíamos defraudar a los que confiaban en nosotros y por encima de nuestras dudas, poníamos la palabra dada.. Yo quizás no me jugara la vida más que cualquier conductor lo hace a diario. El sin embargo entregaba su vida a su misión. Gracias a ella, se convirtió en un líder. Yo me embarcaba en una aventura incierta, pero la certeza de la suya, le hacía ante todos aparecer mucho más grande que yo, a pesar de mirarme desde aquella pequeña camilla. Su jactancia y determinación se parecía a la que gastan muchos marineros con los que he navegado. Un gesto de arrogancia que, como en mi también ocurre muchas veces, oculta o disfraza nuestro miedo verdadero.
He tenido que soportar el dolor de intentar confortar a un amigo del alma que sabe que se muere. Me he sometido mansamente a la aparente inminencia de mi muerte que por ahora se va aplazando, sin embargo, nunca he sentido tanta desazón como aquel día que hablé con Ramón Sanpedro. No hablamos de la muerte, hablamos de las olas, del viento, de la pesca, de las relucientes briósas doradass, de los peces voladores y de los Alisios…
Cuanta sensibilidad y sabiduaría hay en tus palabras, Prometeo.
Y Paco Sánchez, permíteme por favor una observación al artículo de José Ramón Amor Pan que reproduces en su integridad. Defiende una postura razonable, comprensible y que comparten muchas personas… ¿por qué despreciar -así me parece el tono del final del artículo- a quien piensa de forma distinta? Los medios de Prisa no han recogido ese informe. ABC, La Razón, El MUndo y el resto del periódicos, radios y televisiones que, con todo el derecho, se alinian con posturas distintas, ¿lo han recogido? Si es así, por favor, quisiera tener las referencias porque yo no lo he visto. El problema no es lo que piensas y defiendes; lo difícil es comprender que nuestra forma de vida no tiene que coincidir con la de otras personas. Vivamos como queremos, pero comprendamos que nadie (ni un Estado ni una organización religiosa) nos deben obligar a vivir bajo sus dogmas. ¿Quién puede influir en el derecho de una persona a decidir sobre su propia muerte? Pensar que la vida la otorga y la culmina un ser (dios) es cuestión de cada uno. Pero no hagamos de nuestras creencias (no certezas) una soga que ahorque a nuestro prójimo. Saludos
El primero (Prometeo) sensiblero que valora más luchar para morir que lucar para vivir…llamativa paradoja. Si apoyásemos lo que tu dices caeríamos en el absurdo de defender a todo aquel que cree que su vida no vale para nada y decide tirarse por la ventana…veríamos como héroes a todos aquellos que sucumben ante sus problemas.
Creeme cuando te digo que para los enfermos con discapacidad el nombre de Ramón Sampedro les parece como una burla y un insulto. Una burla porque ellos lo que desean es lograr, a pesar de sus limitaciones, conseguir hacer cada vez más cosas, avanzar. Y un insulto porque la sociedad cae en la paradoja de tratar como un heroe a quien no afrontó su realidad en vez de a los que se sobreponen ante sus situaciones.
Por cierto, Ramón Sampedro (certificado por médicos) si hubiese llevado a cabo un esfuerzo de rehabilitación habría podido ir perfectamente en silla de ruedas y hasta a conducir un coche. Todo ello sí que habría sido heroico.
El segundo (Jesús María Castro) defensor de la libertad confunde la misma con la aceptación de la desnaturalización del hombre. Me refiero a desnaturalización en el sentido de que proclamas la idea de que en virtud de la libertad todo vale, incluso la muerte. En este sentido y teniendo en cuenta tu proclamación de que «todo el mundo tiene derecho a decidir sobre su propia vida», hablar de derechos hoy día está de moda. Claro queda que cada cual decidirá hacer de su vida lo que le plazca, pero que se atenga a las consecuencias. Caer en el absurdo de defender el que cada cual decida cuándo morir no es más que defender el suicidio e incluso el asesinato. Si se nos ha dado la vida lo más lógico es aprovecharla y no destruirla ya que es algo contrario a sí mismo el que el hombre se autodestruya. Es llamativo que ni los animales lo hacen y el hombre, con su capacidad de razonar, llega incluso a matar a los demás y a matarse a sí mismo.
Miguel: me has entendido mal, seguramente por mi culpa. Lo que trataba de decir, era que se había convertido para sus seguidores en un héroe y no quería defraudarlos. Yo sin embargo interpreté que quería vivir, o por lo menos mi cerebro no podía entender que un hombre que hablaba así, pudiera estar luchando por su muerte. Sus seguidores aparentemente querían a Ramón Sanpedro, pero lo usaban como un símbolo que no dudaban en sacrificar por la causa sin preocuparse en dar una salida airosa a lo que en realidad no era una firme determinación, sino una impostura y un callejón sin salida forzado por su entorno. Yo no he entrado en razones morales, simplemente traté de hurgar en los sentimientos, en las absurdas razones que algunas veces nos mueven a los seres humanos.
Yo aquella noche me desperté angustiado pensando si había incrementado su dolor por hablarle hablado del edén de los marineros o había desperdiciado la ocasión de retarlo: Deja esta lucha y cámbiala por otra. Vente conmigo tío. Pero no me atreví.
Dice Jesús María Castro: «Vivamos como queremos, pero comprendamos que nadie (ni un Estado ni una organización religiosa) nos deben obligar a vivir bajo sus dogmas. ¿Quién puede influir en el derecho de una persona a decidir sobre su propia muerte? Pensar que la vida la otorga y la culmina un ser (dios) es cuestión de cada uno. Pero no hagamos de nuestras creencias (no certezas) una soga que ahorque a nuestro prójimo».
No conozco ninguna religión en nuestro entorno que nos obligue a vivir bajo sus dogmas. Pero sí conozco un Estado, y más de una docena de ‘estaditos’, que te obligan a vivir bajo sus dogmas. Y te obligan de manera concreta. Y ahora resulta que otorgar a ese Estado la gestión de la muerte es promover el derecho de una persona a matarse.
Al final siempre pasa lo mismo. Cuando le cedemos al Estado la gestión de un derecho -o de un supuesto derecho, o de una posibilidad- nos quedamos sin derecho, sin posibilidad y sin nada. Y el Estado acaba decidiendo, arbitrariamente, cómo deben ser las cosas.
El suicidio ya es una posibilidad bastante realizable. ¿Quién tiene derecho a obligar a otra persona a matarlo?
Gracias por tu clarificación Prometeo, por un lado lamento y por otro lado me alegro de haberte malinterpretado.
Saludos
La frase final del artículo tiene sentido: El País publica cualquier noticia -a veces casi ni son noticias- que tenga que ver con la eutanasia siempre que apoye la tesis favorable a introducirla en la legislación española. Hay semanas en que lo hizo todos los días. Omitir esto, por tanto, es más grave en su caso.
Otra cosa, sobre lo de Ramón Sampedro. Comparto la tesis de Prometeo: que de algún modo fue «sacrificado» por su entorno -no el familiar-, como parece compartirla Amenábar en su tramposa película: hay una escena en la que se ve muy bien. Sobre esa película escribi en su día. El crítico del Frankfurter Allgemeine Zeitung escribió: «Los americanos tienen una palabra malsonante
que define bien lo que hace Amenábar: mind fuck«.
No vi la película, solo algún retazo o triller. No me apetece nada verla, me parece profundamente triste. Además, sin poner en duda la valía de Bardem, no me recuerda a Sampedro. No hablo de la caracterización que supongo excelente. (Nunca sabes si el personaje real ha acabado transformado en el fondo de los recuerdos por los numerosos reportajes y fotos). Me refiero a la actitud, los gestos, la manera de hablar de aquel hombre que conocí apenas unos minutos. Este hecho como algunos otros, para mi denotan una actitud de sometimiento a las modas o esclava de la ambigua modernidad que nos toca vivir. El hombre moderno, renuncia públicamente a la hierofanía. Ensalza las posturas estéticas desacralizadoras. Lo hace en aras de la libertad, sin darse cuenta que se convierte en un esclavo de una re-acción estética. Algo así como la actual confusión entre autoridad y autoritarismo. No pensamos en lo que es bueno para el hombre o para la sociedad, pensamos en lo políticamente correcto. No dudo que en el pasado existan cosas que debemos reinterpretar. Ocurre otro tanto con los mitos. El de Prometeo puede servir de ejemplo. Sin embargo, no podemos caer en el mismo error que los románticos (que por cierto tomaron este mito como bandera). Había que romper sistemáticamente con el pasado. La tradición se convierte así en enemigo de la emancipación del hombre. Los dioses a los que desafía el titán en pro de los humanos, no encarnan la manifestación de lo sagrado, sino la dictadura de las nomenclaturas estético-políticas. Sin embargo a lo largo de la historia, la manifestación de lo sagrado siempre ha estado presente y la epifanía es consustancial a la existencia de la sociedad y por tanto del hombre. Pero hoy en día, no renunciar a aquella no es moderno. Pero eso solo es superficial. Os hablaba de la actitud arrogante ante el miedo a lo desconocido. El que blasfema, pero de alguna manera aunque sea por el camino más torticero reconoce la existencia de una fractura de planos en su espacio de reglas monótonas y previsibles. Algo que esta más allá de la razón y la ciencia. Cuando más desafiamos el miedo, cuanto más ladra el perro, más aprensión y temor manifiesta. Cito con frecuencia a una raza de hombres que dicen son los marineros (leí por ahí, hay tres clases de hombres, los vivos, los muertos y los que se hacen a la mar). Son arrogantes, desafían a la muerte a la que miran a los ojos. Como decía Lopez Abente (mar bravía, terra bravía, din así dos que rín diante da morte), sin embargo en ellos siempre he distinguido esos dos planos: el tabernero, el del malecón y el de la fe a la que se encomiendan en su incierta aventura cotidiana. No sé por qué Sampedro me recordaba a esta gente. Quizás en el, la manifestación de lo sagrado él quería restrigirla a lo panteísta, pero estoy seguro de que existía, aunque renunció a ser libre y decidir por si mismo, enterrando su experiencia mas profunda bajo un pastiche que seguramente la película se encargó de retratar muy bien.