Sorprende que, dentro de este «pontificado electrizante», según alguno, haya pasado casi en silencio un documento en el que se advierte cierto carácter programático, la Evangelii Gaudium. Francisco comprende que la Iglesia, como toda organización muy grande y con historia, corre el riesgo de la burocratización, de dedicarse a gestionar, a «controlar», de alejarse de la creatividad necesaria para cumplir su misión. Y es consciente también de que el núcleo del mensaje, del que forma parte connatural la alegría, aparece ahora medio tapado: se conocen y discuten sus consecuencias morales, percibidas como anticuadas, pero se ignora el origen que las anima. Lo advertía hace tiempo la teóloga alemana Jutta Burggraf: «Cuando hablamos de la fe, es importante ir a lo esencial: el gran amor de Dios hacia nosotros, la vida apasionante de Cristo, la actuación misteriosa del Espíritu en nuestra mente y en nuestro corazón…» Y eso hace el papa. «Tenemos que huir, decía Burggraf, de lo que hacen los que quieren quitar fuerza al cristianismo: reducen la fe a la moral, y la moral al sexto mandamiento». De tal actitud defensiva y miope huye Francisco, con un lenguaje claro, animante, con propuestas aplicables de modo casi inmediato: «Hay una forma de predicación que nos compete a todos como tarea cotidiana. Se trata de llevar el Evangelio a las personas que cada uno trata». El sí al amor tiene consecuencias exigentes, de ahí que Francisco insista en la atención a los pobres y en la crítica al sistema: «La economía no puede recurrir a remedios que son un nuevo veneno, como pretender aumentar la rentabilidad reduciendo el mercado laboral y creando así nuevos excluidos».
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A burocracia que invento; máis parece un paradoxo que o xeito
de facilitar a administración de calquera ente ou organización ao final convértense sempre nun impedimento para o común da xente. E a Igrexa Católica tamén é vítima da súa burocracia e o seu tamaño porque canto máis grande e administración máis furados ten e máis corruptos acubilla.