El 3 de mayo se festeja en muchas partes la Cruz de mayo, una fiesta ya extinguida, aunque mi hermana, que se llama Cruz, sigue celebrándola.
La columna que sigue la publicó Nuestro Tiempo el año pasado.
Memoria de Ramos
Mi madre me preguntó de repente, sin que tuviera que ver con nada: “¿El domingo fuiste a bendecir los ramos?” Le dije que no había llevado ramo. Pero eso ella ya lo sabía. Y yo sabía que lo sabía, así que contesté como quien sigue un ritual que ella oficia cuando quiere contar algo. Al ver que la cara se le volvía ensoñadora, como de cría, supe también que iba a hablar de su infancia. Me contó que el Domingo de Ramos se ponían todas guapas y llevaban, felices, enormes ramas de laurel a bendecir y que la iglesia se llenaba de ramos. La iglesia de Foxado, la misma en la que me bautizaron, no es enorme, pero sí lo bastante grande para que cueste imaginársela llena de ramas de laurel hasta el punto de que no cupieran las personas. Se dejaban allí, el cura las bendecía y, después de la procesión –o antes, no recuerdo bien– sus propietarios las recuperaban. Me contó que las familias competían por ver quién llevaba el ramo más grande, algo que consideraban como una seña de distinción, piedad o lujo. No sé. Mi madre lo definió con una palabra gallega que no alcanzo a traducir bien: ‘Fachendoso’. Significa presumido, pero sin afectación, sin la nota negativa de la palabra castellana. También me contó que, al final de las ceremonias, los mozos utilizaban los ramos bendecidos para perseguir a las mozas y asustarlas. Se reía.
Luego me dijo que con la madera de aquellos laureles hacían el 3 de mayo las cruces. Entendí lo del 3 de mayo, antigua fiesta de la Cruz, pero pregunté: “¿Qué cruces?” Ella se asomó un momento desde el ensimismamiento ese en el que se mete cuando recuerda su niñez y me miró como si le hubiera salido bobo: “¡Las cruces del trigo y las del centeno!” Debí de seguir con cara de bobo y, entonces, acudió a la autoridad de mi padre: “¿Verdad, Francisco?” Francisco, que no oye, pidió relación exacta de lo hablado, y se subió de inmediato a la ola nostálgica que se había levantado en la sala de estar de su casa. Por si hubiera habido algún error en el relato, empezó de nuevo, e incluyó un sabroso inciso sobre el papel que en Fisteus, su parroquia, se reservaba a mi bisabuelo. No dijo nada de perseguir a las chicas, pero sí de las batallas de ramos que montaban entre los mozos.
Por fin me explicaron lo de las cruces. El 3 de mayo se componían con la madera de los ramos bendecidos tantas cruces como fincas sembradas de trigo o centeno tuviera la familia y se colocaban en las tierras, sobre una estaca, para suplicar, supongo, la protección del cielo hacia aquellas cosechas entonces decisivas: de ellas dependía el pan, con ellas se pagaban alquileres, préstamos e incluso impuestos.
Mi padre, consciente del interés que despertaba en la audiencia, prosiguió con el relato de la semana santa entera, sin disimular cierto enfado cuando llegó al Jueves, fecha en la que cada matrimonio debía llevarle una docena de huevos al cura. Eso sí, las ceremonias de ese día le gustaban más que ninguna: me recordó que volteaban todas las campanas en el Gloria, que ya no volvían a escucharse hasta el Domingo y que levantaban el monumento al Santísimo con centenares de velas que traían las familias. Por lo visto, el cura insistía mucho en que fueran con la mejor ropa que tuvieran, el pelo corto y afeitados. Luego criticó la cantidad de agua que llevaba la gente a bendecir en la vigilia del Sábado, pese a que el párroco porfiaba en que no necesitaban tanta.
Hubo un momento en el que me asusté. Las ceremonias que mi padre describía eran las de ahora con algunos añadidos de la piedad campesina. Pero hablaba como si ya no existieran ni yo las conociera, como si estuviera dictando una lección de historia sobre un tiempo remoto y feliz, tristemente ido. Pensé que se trataba del efecto de la evocación de la infancia y no de que sintiera amenazadas o perdidas cosas que ama mucho. Ya nos habíamos callado cuando dijo de pronto muy contento: “Aunque este año había mucha más gente con los ramos por la calle”.
PRECIOSO!
Eu de pequeno tamén ía co ramo pero feito de pólas de oliva, entre nos tamén compitamos por levar o ramo máis grande e quen enchía a perfia con máis auga bendita, logo xogabamos a mollar a xente. Tempos de cando un era rapaz e inocente, profe.
Aún hay puntos de España que siguen celebrando la Cruz de Mayo, sobre todo, pueblos.
Non, non, non é unha celebración extinta…
Segue viva en moitos lugares.
Por exemplo, no ferrolán barrio de Canido.
Esta preciosa columna trae tu voz incorporada, Paco.
«Como si le hubiera salido bobo» Es que la oigo, la oigo…
Ayer me dijeron me en Granada también se celebra. Lo más bonito son tus recuerdos. A mí la celebración en sí misma tanto me da. Pocas veces he celebrado con fe al modo tradicional de la Iglesia.