Leí el título del artículo y me dije, ¿de verdad?, ¿de verdad hay que aclarar esto?: Ningún gorila vale más que un niño, a propósito de la discusión que surgió en torno a la muerte de un gorila en un zoo de Ohio para evitar que atacara al niño que cayó en su zona. Algo nos pasa para que tengamos que discutir esto. La misma incredulidad me ha asaltado al leer las reacciones a la matanza en el club gay de Orlando. Me siento incapaz de repetir las barbaridades que se han dicho desde el primer momento, como si el horror de lo sucedido no fuera bastante. Por resumir, me quedo con las palabras del pobre Garzón unidoapodemos, que la atribuía al «heteropatriarcado».
La expresión en su literalidad es indescifrable y no sé si la presenta como opuesta a un ideal matriarcado homosexual. Pero está en la línea de muchos otros comentaristas nacionales y foráneos: la culpa no es del islam -probablemente, no: el asesino no parece un fanático islamista- ni de la venta descontrolada de armas, sino del odio contra los homosexuales dictado por el «patriarcado heterosexual» que, a la postre, se simplifica en lo que llaman conservadurismo cristiano. Esa lectura debería haber ido derrumbándose con los días al comprobar que el asesino ni pertenece al heteropatriarcado ni es cristiano. Pero no se ha derrumbado. Solo ha caído el silencio.
Desde luego, existe un conservadurismo cristiano insoportable, ese que dio origen en su día a la palabra fundamentalismo. Y hay un progresismo que tiene por ideología una papilla mental que les impide distinguir a un gorila de un niño o que convierte la identidad sexual en la clave para entender todo. Menos mal que en medio queda aún casi toda la gente.