Pensaba, como mi hermana, que en las fiestas familiares debería evitarse la política, pero la experiencia de esta Nochebuena me ha hecho cambiar: si la familia se quiere, si cada cual tiene más cariño a los demás que a las ideas propias, el comentario político, siempre y cuando no se prolongue en exceso, puede resultar muy enriquecedor y hasta agradable, por muy opuestas que parezcan las posturas. Cuesta bien poco dar con la razón: en una familia que se quiere, todos evitan herir a los otros y, a la vez, la prioridad radica más en ayudarse a entender que en imponer siglas o visiones particulares.
La primera condición, no herir, establece un mínimo que debería comparecer siempre en la discusión política y, muy especialmente, en la discusión política profesional. Por eso produjo tanto escándalo el debate entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. Quizá no se pueda pretender que se quieran, pero sí que se respeten. Además de por un imperativo moral, también por una razón práctica: si se insultan, dejan moratones y marcas. Qué difícil entenderse luego, como si nada, con un tipo que te ha llamado indecente o mezquino. En política, la capacidad de entenderse lo es todo, pero en situaciones como la nuestra, en la que los pactos resultan obligados, conviene ponderarla aun más.
Pero hay también una razón de ejemplaridad: los modos políticos deben mostrar que se busca el bien común y el entendimiento, sin gestos sectarios de desprecio a los que piensan diferente, renunciando al insulto y a la descalificación sectaria. No herir ni a los representantes ni a los representados, estén en el Gobierno o en la oposición. Lo contrario casi siempre genera polarización, odio y violencia.
O de non falar de política na mesa creo que é mellor porque sempre vas ter alguén que se altere e fai que as cousas vaian a peor.
No caso do profesionais da política non entendo o porque se insultan de xeito bruto, dando un espectáculo que nin os borrachos no bar o fan peor.
Así é que a xente non crea neles cando falan de negociar ou chegar a acordos.