Este verano hace pensar mucho en el otoño y no precisamente por el tiempo, sino por lo que pasa, por la cantidad de asuntos pendientes que se van acumulando para esa época. Cuando parecía encaminado lo de Grecia, y quizá porque no le quedaba más remedio, el amigo Tsipras ha decidido abrir un nuevo frente de inestabilidad que, por lo de pronto, ha puesto nerviosas a las bolsas. Pese a su pequeñez, el país conserva la capacidad de hacer temblar Europa. Pero hay otros mucho más grandes que amagan con hacer temblar el mundo en los próximos meses: Rusia, China y Brasil.
Brasil, más que asustar, apena. Aunque los espasmos de un grande siempre afectan, los brasileños son demócratas y resulta improbable que se aproximen siquiera, aun con las pulsiones de su izquierda, a fórmulas como la de Venezuela, convertida ahora en un país pobre e irrelevante al que también espera un otoño difícil. Pero la crisis económica de Rusia puede extremar su crisis política y llevarla a buscar salidas militares dentro y fuera del país. De igual manera, la crisis del modelo político chino, que ya no da más de sí, puede seguirle complicando las cosas en el terreno económico, y ya se ha visto que, en cuanto estornudan, la economía mundial se estremece.
Todo sin contar las zonas calientes habituales ni los movimientos de tropas del payaso norcoreano, con un pato cojo en la Casa Blanca y una Europa incapaz de resolver sus problemas más acuciantes, empezando por la inmigración. Con semejante inestabilidad global, ese todo puede cambiar en un instante. Por eso me desanima pensar en las elecciones catalanas y en las generales de este otoño, con su cohorte de pequeñas pasiones vocingleras.