No hace tanto desde que en nuestros pueblos y ciudades nadie tiraba un pedazo de pan sin antes besarlo. Y a todos los mayores de cincuenta años nos han inculcado desde niños que no se podía dejar comida en el plato. Apenas tres decenios atrás, quizá cuatro, ni siquiera existían las cosas desechables: todo se reparaba o se aprovechaba para otra función menor. Alguno pensará que eran modos culturales forzados por la escasez o por una tecnología todavía incapaz de producir cosas nuevas y baratas, cosas innecesarias cuya vida se agota pronto, que deben ser sustituidas en cuanto aparecen otras que mejoran apenas su diseño o sus capacidades. Pero no, aquellos modos culturales no los parió la escasez, sino la idea de que el mundo no nos pertenece más que un poco, la idea de que cuando tirábamos la comida se la estábamos robando a alguien, que el que se sirve de más es un señorito egoísta que solo piensa en sí mismo.
Por eso era tan urgente esta encíclica que acaba de publicar el papa, en la que repite una y otra vez el mismo estribillo, a veces, literalmente: «La existencia humana se basa en tres relaciones fundamentales estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra». De modo que «la degradación ambiental y la degradación humana y ética están íntimamente unidas», y siempre lastiman de manera más aguda a los débiles, a los pobres.
Desde algunos entornos neoliberales se está criticando mucho esta encíclica, a la que acusan de amalgama confusa de cientifismo, ecologismo y misticismo católico. Parece lógico desde una perspectiva que no admite más limitación para el obrar humano ni más fin que la conveniencia inmediata de cada cual.
Tes razón non se tiraba nada porque todo tiña un valor, pero falando do pan eu acórdome cando miña avoa facía o pan, ben de broa ou trigo que duraba 15 días, seino porque eu era o rapaz encargado de carrexar a leña para o forno e levábame toda a tarde. Ese pan estaba bo ata o final o de agora compralo pola maña e pola tarde xa é un croio.
En canto o papa actual a min paréceme que se preocupa máis polo social que polo teolóxico, parece que está máis cerca da xente que os dous que o precederon que lles importaba mais dogma que as persoas.