Bueno, ya está. Ya pasó la campaña. Ahora queda sentarse en la playa y esperar a ver cómo viene la mar mañana por la noche. Si habrá marea alta o baja. Una incógnita esta vez, porque no depende de la luna de verdad, sino de otras lunas menos seguras, más impredecibles, menos claras y fiables. Por ese lado, apenas cabe asegurar que, alta o baja, será una marea roja. Han arriesgado mucho los coaligados con Podemos al elegir ese nombre para sus plataformas atlánticas. Deberían haber revisado a fondo el diccionario.
Si viene alta, habrá que atender a lo que se traga: cierto nacionalismo para el que es más importante ser de izquierdas que ser de aquí, quizá incluso se trague los restos de una IU que camina con paso firme y saleroso de la insignificancia hacia la nada o al propio PSOE acuclillado en la sombrilla de la playa de los pactos a la espera de un socorrista o al PP que se juega unas cuantas ciudades y diputaciones.
Pero si toca marea baja, a ver quién recoge la basura que quede en las playas: la marea roja puede convertirse en marea negra si demuestra que Podemos no puede o no podrá tanto como algunos esperaban. ¿Y quién limpiará el chapapote feo, viscoso y pegadizo de la desilusión? Porque alguien pretenderá aprovecharlo, reciclándolo.
No quiero una marea alta ni baja, sino una buena marea, como la que sueñan los pescadores antes de hacerse a la mar, en la que cada uno se conforme sin rencores ni falsos agravios con lo que las aguas hayan querido darle. Y lo agradezca. Sin pensar que los demás son necios por disentir, sin querer recuperar por otros medios lo que se haya perdido.
Feliz día electoral y ojalá esta vez, por fin y de verdad, ganemos todos.