Los ya casi siete mil muertos de Nepal han tenido problemas para asomarse a la prensa americana, porque se estaba discutiendo en el Supremo si se puede permitir que algunos estados prohíban los matrimonios gay. Uno de los jueces argumentó que se trata de un fenómeno demasiado nuevo después de miles de años de historia y que, quizá, habría que dejar a la gente decidir si quieren esperar qué resultados ofrece el experimento allí donde ha sido aprobado. La representante de los grupos homosexuales respondió que no están en una democracia pura (es decir, no importa lo que se haya votado), sino en una democracia constitucional (es decir, importa lo que decidan unos señores de negro sobre una constitución que, ni de broma, preveía semejante cosa). Un argumento algo confuso, me parece.
Mientras, los nepalíes morían en masa. Ninguna referencia esta vez a dónde estaba Dios: quizá porque ya aprendimos la lección de Haití. Cinco años después poco ha mejorado: siguen en pie 123 campos para desplazados (una letrina por cada 82 personas) y los que han escapado de ellos, son perseguidos por chabolistas. Se ha construido menos de la séptima parte de las viviendas prometidas, cuyo sobrecoste parece haberse ido por el sumidero de las empresas contratistas. En fin… Que no era culpa de Dios. Y quizá por eso no se habla del asunto a propósito de Nepal.
Pero sí se ha empezado a comentar que varios países occidentales están evacuando a las madres de alquiler que sus ciudadanos tenían contratadas allí. Ese sórdido mercadeo, humillante hasta en el nombre, «vientres de alquiler», resulta muy barato en Nepal, y tiene algo que ver con el argumento que se discute en el primer párrafo.
La Voz de Galicia, 2.mayo.2015
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