Vivimos en una cuerda floja tendida entre dos misterios, el del bien y el del mal, e intentamos equilibrarnos con una pértiga de racionalidad científica que rara vez evita que caigamos al abismo. Sorprende que mientras descartamos como superstición todo lo que no se puede ver y tocar, se multiplique el número de series de televisión, películas y publicaciones diversas en torno al diablo y lo maléfico: vampiros, fantasmas, brujas, hechiceros y el propio Lucifer en persona. Si nos quitan el misterio por un lado, si lo secularizan, tendemos a recuperarlo por otro -casi siempre más banal o perverso-, porque nos sabemos habitantes del misterio: nosotros mismos somos un misterio.
Da la impresión de que reconocemos fácilmente el carácter impenetrable del mal y sus atractivos. Todavía. Como si el ideal de una vida buena resultara idiota o infantil, algo de otros tiempos, el misterio del bien apenas nos interesa: carece de morbo y resulta demasiado exigente, salvo que revista formas heroicas espectaculares. Pero incluso entonces, nos atrae por el espectáculo. Nos avergüenza decirles a los niños que sean buenos y ni de broma nos planteamos ser virtuosos. Confiamos a la policía y a las leyes que sean buenos los otros, y protocolizamos los riesgos en sistemas de seguridad y códigos penales.
Pero la vecina dice sorprendida a los de televisión que el chico de al lado, el asesino múltiple, era un chaval normal y simpático; como el que maltrataba a mordiscos y quemaduras a la hija de su pareja; como la que guardaba sus fetos en la nevera. Todos parecían normales, pero como todos, vivían en la cuerda floja entre dos misterios. También Andreas Lubitz, copiloto.
Desde mi prisma de mujer con canas se me antoja que EL TEMA va cocinado con mucha velocidad.
Derivado de lo anterior, mi mente ha elaborado un guión basado en que “cuando se necesita un culpable, si no se encuentra se fabrica”.
He decidido imaginar una película cuyo final se ajusta –inicialmente- a lo que nos están relatando; mas en el momento en el que, convencidos de haber localizado al “malo”, y haberlo condecorado “culpable”, -culpable mudo, sin posibilidad de réplica-, una voz en “off” consigue elevar la tensión en la sala y desvela otro desenlace, auténtico final que sólo conocían hasta entonces los auténticos dueños de los secretos del mundo.
Nun mundo no que se relativiza todo, ata os valores máis básicos das persoas. A insensibilidade cara ás outras persoas tamén entra dentro de este relativismo social. Non importa o dano que faga senón o beneficio que de para decidir si unha acción é boa ou mala.
No caso do piloto só pensou en si e non na xente que levaba, o avión foi un instrumento e a pasaxe un mal menor para lograr o seu fin.