rios artículos intentan explicar esta semana por qué el yihadismo exhibe la asombrosa capacidad de entusiasmar y reclutar a miles de jóvenes occidentales, musulmanes en su mayoría, pero también algunos conversos. Matanzas y decapitaciones, secuestros y torturas, todo el despliegue de crueldad sobre el terreno y en Internet atraen con fuerza a unos chavales y chavalas que, teóricamente, viven en una sociedad más humana y avanzada, más compasiva. Los articulistas se preguntan cómo es posible: por qué estos chicos prefieren la brutalidad al refinamiento de la cultura occidental.
La respuesta fácil, que se trata de menores con poco entendimiento y fáciles para las demoníacos encantos de la propaganda yihadista, no se sostiene: parece que en su mayoría responden a perfiles de carácter y capacidad por encima de la media. Simplemente, han optado por la subcultura más cercana entre las muchas subculturas nihilistas que abrazan sus iguales, también en Internet.
Desde enfoques y bases antropológicas distintas, los articulistas concuerdan en la misma causa: la incapacidad de nuestra cultura para ofrecer a los jóvenes sentido, que es lo que más necesitan, algo por lo que valga la pena luchar y sacrificarse, una noción del bien. La mística del consumo proporciona exactamente lo contrario. Otros apuntan también que el multiculturalismo cerril ha disuelto cualquier pretensión moral. Si todo debe ser respetado, todo vale. De ahí que el vídeo de una decapitación pueda resultar ominoso para unos chicos e inspirador para otros.
No habría que culpar a los yihadistas, concluyen, sino a esta sociedad sin coraje, incapaz de alentar ideales que llenen de sentido toda una vida.
Publicado en La Voz de Galicia, 28.febrero.2015
Paco, meu avó que non sabia ler pero si era un ferreiro moi bo e apreciado polos veciños diríache que a causa é o vicio co que se crían estes rapaces.
A cuestión seguramente ten máis calado, pero sacándolle fío o vicio atopariamos posibles causas e ata razóns para entender porque parte da xuventude vai defender a opresión e mesmo negar dereitos en guerras de relixión.