Pensamos cada vez con menos palabras y con más imágenes, porque miramos mucho más que leemos. En parte, porque nos resulta menos trabajoso. Un buen libro exige mucha atención y de mayor calidad que la que demanda, por ejemplo, una buena serie de televisión. Algo sabido y muy comentado ya. El problema radica en las consecuencias de leer poco o nada, que es el caso de un porcentaje elevadísimo de los españoles, según la última encuesta del CIS. Si la imagen sustituye a la palabra, terminamos pensando sin conceptos. Es decir, terminamos no pensando. Nuestros prejuicios, por otra parte imprescindibles, se ahorman a partir de lo que hemos visto o hemos creído ver. Puede que nuestra idea de lo bueno o de lo malo, de lo bello o de lo justo sea una imagen que quizá hemos visto en una serie o en varias películas. O en la escuela, cada día más audiovisual, como alertaba hace años Giovanni Sartori.
Cuando la imagen sustituye el concepto, nuestra libertad de pensamiento y nuestras decisiones posteriores quedan en manos del realizador y del guionista. Por eso a veces no sabemos por qué pensamos una cosa o por qué decidimos hacer tal otra. Los prejuicios se tornan feroces e indestructibles, porque no hay modo de revisarlos, nos faltan herramientas intelectuales. Y en caso de que choquen con la realidad, peor para ella. Crece entonces la vulgaridad: el mundo se puebla de supuestos excéntricos clonados en masa, copiados de la imagen en boga. Catalogamos sumariamente ideas y personas en progres y carcas, como lamentaba anteayer Adela Cortina, y arruinamos cualquier posibilidad de diálogo.
Dejar de leer y dejarnos manipular es casi lo mismo. Sobre todo, si nunca cambiamos de canal.
La teoría del cultivo defiende que la televisión influye y marca el comportamiento de la audiencia. No voy a ser yo la que le reste credibilidad porque está demostrado que es cierta. Ahora bien, el nivel de influencia y la capacidad del espectador para diferenciar la ficción de la realidad también es definitoria. La ficción imita a la realidad, no es la realidad, y eso es de vital importancia entenderlo. Ya lo decía Woody Allen, «el cine imita a la realidad; lo malo es que la realidad imita a la televisión».
Al final la televisión no es más que un medio más, igual que lo es la prensa, igual que lo es la radio, y estos medios lo que distribuyen son productos. Es por ello que la frase «Un buen libro exige mucha atención y de mayor calidad que la que demanda, por ejemplo, una buena serie de televisión.» la veo ya no inexacta, si no injusta. Los productos televisivos se muestran mediante imágenes y los productos literarios mediante palabras. La calidad, atención y comprensión que requieran por parte de los usuarios, independientemente del medio, deberían ir de la mano de la calidad del propio producto y de hasta dónde esté dispuesto a profundizar el humano pensante por llegar al meollo del asunto, al concepto. Ya lo dijo Manquiña, el concepto es el concepto.
Todo lo dicho anteriormente, quiero que quede claro, no quita que opine que leer es fundamental para la madurez y libertad de pensamiento de la sociedad. Deberíamos ser capaces de aprovechar lo que nos ofrecen todos los medios para crecer como usuarios y como personas.
Para ler un libro un ten que ter intención de facelo, mais cando un prende a televisión busca non aburrirse, sentir compañía. A lectura require disciplina a televisión non; un pode prendela para que o arrole mentres durme a sesta.