La Voz de Galicia

Se ha levantado un barullito donde esperaba yo un gigantesco revuelo. También se lo temía la administración Obama, que había reforzado la seguridad en medio mundo. Pero ha quedado todo en un casi nada. En Occidente no nos hemos escandalizado tanto como se podía prever, quizá porque las películas, las series y otros discursos culturales y políticos nos habían acostumbrado a la idea de que la CIA tortura. O porque empezamos a hartarnos de ese acuchillamiento sistemático que nos infligimos. Por su lado, los islamistas fanáticos degolladores de rehenes se ve que tienden a disculpar más fácilmente la tortura que la caricatura. Y los chinos no están para quejarse: sin que se monte siquiera el barullito que ha provocado lo de la CIA, acaban de anunciar que dejarán de utilizar los órganos de los presos para lucrarse con los trasplantes.

Hubiera preferido algo más de jaleo en esta parte del mundo, aunque el origen del informe me parezca oscuro y su publicación, innecesariamente arriesgada. Más jaleo, porque conviene defender sin fisuras la dignidad de todos los hombres. Y la tortura, en cualquier formato, con cualquier fin, envilece tanto al torturador como al torturado. Ni siquiera admitimos esa violencia contra los animales.

Por eso, lo que más me molesta del informe del Senado es su énfasis en que esas prácticas no dieron resultados. Se ha comprobado hace mucho que la tortura como sistema de interrogatorio no ayuda a obtener información confiable, porque el dolor nubla la mente o, para evitarlo, induce a inventar lo que en realidad no se sabe. Pero aunque funcionara, aunque fuera eficaz, no podemos torturar. El drama radica en que ya no nos acordamos de por qué.

Publicado en La Voz de Galicia, 13.diciembre.2014

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