Releí ayer aquel famoso cuento de Isaac Asimov en el que, por un error de diseño, construyen un robot capaz de leer los pensamientos humanos. Los científicos advierten enseguida el problema, pero ni saben qué falló en el sistema de producción ni se percatan de todas sus consecuencias, porque no caen en la cuenta de que, además, el robot traía inscrita de serie a la Primera Ley Fundamental de la Robótica: «Un robot no debe lesionar a un ser humano, ni mediante la inacción llegar a producirle daño». Resultado: cuando cualquiera le preguntaba algo, el robot siempre contestaba lo que sabía que el otro quería escuchar, para no herirle. Como es lógico, montó un carajal de cuidado y, por fin, terminó él mismo de mala manera, con sus circuitos girando en bucle, arruinados para siempre.
Los robots no saben querer y, por tanto, les resulta imposible percibir que decir siempre lo que los otros desean escuchar no les evita sufrimiento, sino que lo difiere y agranda, porque terminarán chocando contra la verdad y el estrago resultará peor.
En la primera campaña presidencial de Obama, alguien comentó que sus discursos parecían una pantalla en blanco en la que cada uno se proyectaba como quería. También yo. Por eso, aunque me gustaba Obama, llegué a decir aquí que prefería a Hillary Clinton, que no me gustaba. Componer discursos como los de Obama requiere talento comercial, datos bien analizados y mucha retórica poética. Pero ninguna virtud: no hace falta querer a nadie ni ser prudente o magnánimo. Me preocupa la irrelevancia de los programas políticos: en unos casos porque mienten y, en otros, porque ni se formulan. Supongo que piensan que no pensamos. Y aciertan.
De acuerdo con tu argumentación, Paco:
El problema radica que la política se va convirtiendo desde hace años en una técnica de marketing para gestionar votos y de ahí la táctica que presenta discursos huecos pero estéticos.
La gestión de votos es como un sistema financiero en la que el valor de las cosas se vertebra con ficciones.
Haría falta enseñar a lee, de nuevo, a los dirigentes de los partidos con el ensayo de Steiner: «Presencias reales».
Un abrazo desde San Sebastián