Comunicar una habitación con otra implica abrir una puerta o derribar un muro. En el primer caso, se libera el acceso, se facilita el intercambio. En el segundo, se integra en un solo espacio. Comunicar significa siempre eso: unir, integrar, hacer que los diversos se conozcan y comprendan mediante la creación o el subrayado de ámbitos comunes. De modo que no puede llamarse comunicación al conjunto de acciones destinadas a desunir, enfrentar, odiar. Sin embargo, pese a disponer de medios más potentes y accesibles que nunca, la incomunicación se ha asentado en nuestras sociedades supuestamente hipercomunicadas.
En los periódicos, en las radios, en las televisiones y en las redes sociales -con esta gradación ascendente-, se palpa una cultura del rencor al comentar los sucesos internacionales, los nacionales e incluso las menudencias locales. El diccionario define ‘rencor’ como «resentimiento arraigado y tenaz». Sin duda, se trata de un vicio poco inteligente, como mínimo. En los conflictos nacionalistas, por ejemplo, los dos lados tienden a alentar el rencor, hasta que se enquista y termina en la toma de rehenes: pase lo que pase, como en el referendo escocés, siempre queda un montón de gente atrapada y se eleva unos grados el nivel de resentimiento. El problema escocés no se ha zanjado.
Con Cataluña, se produzca o no la consulta, ocurrirá lo mismo. Ya es demasiado tarde. Las estrategias de incomunicación funcionaron a toda máquina alimentadas por el fuel del resentimiento. El daño está consumado. Medrará el rencor. Una parte se sentirá inevitablemente atrapada, porque se ha incumplido el primer fin de la comunicación: compartir, poner en común, hacer comunidad.
Esta columna de hoxe faime lembrar as túas clases no que dicías o mesmo, eu daquela pensaba o contrario mais no fondo tiñas razón. Pero no noso mundo a verdade é relativa e cada un conta a feira segundo lle vai. Cando hai intereses contrapostos defendidos por plataformas de comunicación sustentadas ou con intereses que só representan a unha minoría a verdade é a que di quen manda.
A UE só representa os intereses do capital e os mercados, esquecéndose de que Europa un territorio extenso ocupado por moitos pobos. Pobos que non teñen representación axeitada, na que estados plurinacionais outórganse esa representación.
Os grandes consorcios banqueiros, enerxéticos, etc prefiren ter poucos interlocutores e por iso non lles interesa unha Europa dos Pobos senón dos Mercados.
«…unir, integrar, hacer que los diversos se conozcan y comprendan mediante la creación o el subrayado de ámbitos comunes».
Copio tu texto porque me parece preclaro. Al igual que la introducción de tu columna al hablar del espacio físico y el modo de eliminar las barreras. Hay matices y los señalas muy bien.
A estas alturas de siglo seguimos sin poder delimitar nuestra identidad como individuos,y esperan quizá los políticos construirla al margen de la idea que tenemos de nosotros mismos, con la necesidad o no de sentirse parte de una entidad cultura y jurídico política. Que sean ellos los que nos señalen aquello que debemos sentir y defender para ser parte de un todo, les aleja de una realidad en la que se hacen oídos sordos a los verdaderos problemas que padece cualquiera de nosotros aquí y más allá de las líneas que delimitan las fronteras.